¿Sabía que el creador del vampiro más famoso de la historia se casó con una novia de Oscar Wilde? ¿Y que fue gerente de un teatro? ¿Cómo se inspiró para dar luz a Drácula? ¿Qué ocurrió tras su publicación en 1897?

Abraham «Bram» Stoker vino al mundo en un pequeño pueblo llamado Clontarf (Irlanda), el 8 de noviembre de 1847. Hijo de un funcionario y una defensora de los derechos sociales, su primera niñez estuvo marcada por una grave parálisis que le impedía andar. Esto no le impidió destacar tiempo después como atleta y futbolista universitario en el Trinity College, donde cursó con brillantez la carrera de Matemáticas y presidió la Sociedad Filosófica en dicha institución. Por cierto que entre clase y clase tuvo tiempo para conversar con quien, con el tiempo, se convertiría en uno de los grandes escritores del Reino Unido: Oscar Wilde.

Paisaje de Clontarf, Irlanda

Años después, el ‘gigante de pelo rojo’, como le apodarían sus biógrafos, accedió a la administración pública siguiendo los consejos de su padre, mientras preparaba oposiciones en Derecho para poder ejercer en Inglaterra. Por aquel entonces su pasión por la literatura ya le había movido a publicar algunos relatos de terror y a ejercer de crítico teatral en el Dublin Evening Mail, algo que resultaría decisivo para su futuro. Logrado su sueño de instalarse en Londres como abogado —para entonces ya estaba casado con Florence Balcombe, una antigua novia de Oscar Wilde—, y tras dar a luz numerosos artículos, un par de ensayos y siete novelas, en 1897 dio a conocer la que sería su obra cumbre: «Drácula». En esa época trabajaba para Henry Irving, uno de los mejores actores del Reino Unido y el primero en obtener el título de Sir, quien tras leer las alabanzas que Stoker le había dedicado a su «Hamlet», decidió contratarlo como secretario particular y gerente del Lyceum Theatre. Dicha relación duraría más de treinta años, posibilitando que el joven escritor se adentrase en el continente americano merced a las continuas giras que el actor realizaba con su compañía.

Henry Irving

Luis Alberto de Cuenca nos recuerda que la idea de crear al rey de los vampiros le surgió a Stoker «tras cenar un indigesto centollo». Y es que debido a ello, el autor sufriría alucinaciones con un ser de la oscuridad que se alimentaba de sangre. Dejando de lado la anécdota, lo cierto es que el creador de Drácula siempre mostró una especial atracción por lo sobrenatural —su madre le narraba historias de fantasmas de niño—, y en sus viajes a París siempre visitaba la morgue, un lugar «fascinante», según sus palabras. Asimismo perteneció a la Orden Hermética del Alba Dorada, secta esotérica que estudiaba la magia y el ocultismo. Para crear a Drácula, Stoker contó con la ayuda de Ármin Vámbery, orientalista húngaro que le asesoró sobre el vampirismo y las costumbres de los países del Este.

Ármin Vámbery

La mayoría de aficionados sabe que el conde Drácula está inspirado en un príncipe rumano del siglo XV llamado Vlad Draculea, al que sus enemigos conocían como ‘el Empalador’, sin embargo la gran influencia reconocida fue la novela «Carmilla», de Joseph Sheridan Le Fanu, escritor apodado «el príncipe invisible de Dublín» al que Stoker conoció en su etapa periodística, ya que este dirigía el periódico donde él publicaba sus artículos. Otra curiosidad es que el castillo de Drácula, que en la novela aparece ubicado en la región de Transilvania, en realidad está inspirado en un castillo de Dublín, del que se dice que está construido sobre miles de cadáveres. Uno de los personajes más destacados de la novela, el doctor Abraham Van Helsing, también se inspira en alguien real; en este caso, Stoker toma la historia del médico holandés Gerard van Swieten, quien, por orden de la emperatriz María Teresa, estudió a fondo la posible existencia de vampiros a partir de profanaciones de tumbas y de la quema de cadáveres por considerar que eran criaturas de ese tipo. No obstante, dicho doctor llegó a la conclusión de que los vampiros no existían.

Vlad de Valaquia

En los primeros borradores, el título de la novela de Bram Stoker era «Conde Wampyr», y antes de sacarla en papel, su autor la llevó a escena, con idea de darle publicidad al libro. Fue el 18 de mayo de 1897, ocho días antes del lanzamiento editorial. Por cierto que la primera edición de «Drácula» fue de tan sólo 3000 ejemplares y salió con el título de «El no muerto»—. Si bien no pasó desapercibido, ese mismo año, otro libro de terror lo superó en ventas: «El escarabajo», de Richard Marsh. Aunque la recepción inicial no fue demasiado buena, Oscar Wilde y Arthur Conan Doyle le dedicaron encendidos elogios.

Con el tiempo, serían las adaptaciones cinematográficas las que darían impulso a la obra. La primera de ellas (aunque no es una adaptación oficial) es el clásico de culto «Nosferatu», de F.W. Murnau (1922). Más tarde llegaría la cinta dirigida por Tod Browning y protagonizada por Béla Lugosi (1931), quien crearía un icono mil veces imitado. Actualmente es el personaje de ficción más filmado de la historia, superando incluso a Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle.

Béla Lugosi como Drácula (1931)

Pese a encuadrarse en el género del terror, la novela «Drácula» va mucho más allá y nos plantea un discurso «casi teológico, que es la lucha entre el bien y el mal», según el dramaturgo Ignacio García May. Aunque este aspecto suele quedar eclipsado ante el magnetismo de su protagonista.

Con el tiempo, «Drácula» llegaría a convertirse en la tercera obra más vendida en lengua inglesa tras la Biblia y las obras de Shakespeare. Hasta Fidel Castro confesaba haber pasado un miedo espantoso, paralizante, leyendo sus páginas…

Primera edición de la novela

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