El historiador, egiptólogo y comunicador Nacho Ares vuelve a sorprendernos con «Desenrollando momias» (Espasa), una obra divulgativa que se adentra en las biografías de los que hicieron posible el sueño de la arqueología desde finales del siglo XVIII. Desde los célebres Champollion y Howard Carter a los menos conocidos Giovanni Battista Belzoni, Leonard Woolley o el barón de Denon

La primera vez que escuché hablar de Howard Carter y el descubrimiento de la tumba de Tutankamón tenía nueve años, y fue durante una clase de Ciencias Sociales. Fue por boca de mi profesor, don José Plata, quien nos leía fragmentos de libros cuando aún acudíamos al colegio por la tarde —hablamos de la EGB, claro—. No solo fui capaz de imaginarme la escena con todo lujo de detalles, sino que me emocioné de una manera extraordinaria al oír la parte álgida del relato, cuando el famoso arqueólogo introduce la vela por el agujero de la cámara real y pronuncia la mítica frase: «veo cosas maravillosas». Por aquella época, en la que Internet ni siquiera era una posibilidad y el único modo de ampliar información sobre un tema era acudir a las fuentes originales, esto es los libros, anoté cuidadosamente el título del volumen en mi cuaderno y me propuse buscarlo. Por falta de ahorros suficientes no fue hasta varios años después cuando conseguí hacerme con un ejemplar de Dioses, tumbas y sabios, del escritor alemán C. W. Ceram; el libro que consiguió contagiarme la pasión por la arqueología y la Historia Antigua que aún sigo conservando. Es curioso que al leer la introducción del último trabajo de Nacho Ares, Desenrollando momias, haya vuelto a toparme con esa obra fundamental de mi infancia y adolescencia. Y es que, según él mismo explica, Ceram también fue su iniciador en la egiptología durante los años ochenta, por lo que cuanto menos debo sentirme sorprendido por la feliz coincidencia.

 

Voyeristas decimonónicos

Dejando al margen la nostalgia por nuestro propio pasado, he de reconocer que lo primero que me atrajo del nuevo libro de Ares fue su título. No os lo vais a creer, pero en la novela que acabo de publicar, El enigma del salón Victoria, los protagonistas asisten en directo a un espectáculo macabro que tiene que ver directamente con ese título: Desenrollando momias. Y no debe extrañar a nadie, pues a finales del XIX no era inhabitual pagar una entrada para presenciar cómo se desnudaba a una momia en diversos círculos europeos. De hecho estoy convencido de que Freud, el famoso psiquiatra austriaco, al igual que ocurre en mi ficción, participó en alguna de esas «curiosas» prácticas. Y es que hasta él, que era un consumado maniático que odiaba viajar en tren —‘siderofobia’ se llama—, se dejó hechizar por la magia de Egipto, adquiriendo infinidad de piezas a lo largo de su vida al objeto de decorar su famoso estudio de Viena. Con esto quiero dejar claro que el universo de los faraones y las pirámides no es solo cosa de turistas que tienen la suerte de remontar el Nilo a bordo de un crucero, o apasionados de la Historia que soñamos con poder hacerlo algún día, sino de niños que desde sus primeras lecturas ya se sienten atraídos por esta civilización única e irrepetible.

 

De Vivant a Carter, pasando por Champollion

Es precisamente el espíritu de un soñador y apasionado el que llevó a Nacho Ares a interesarse por el Antiguo Egipto desde su juventud, para lo cual se licenció en Historia Antigua por la Universidad de Valladolid y posteriormente obtuvo el certificado de Egiptología en Manchester.

Napoleón ante la Esfinge. Pintura de Jean-Léon Gérôme (1824–1904)

De esa irrefrenable pasión nacieron una veintena de ensayos sobre el tema así como varias novelas, las cuales han logrado enganchar a miles de lectores; lo que, sumado a sus intervenciones en la radio y la televisión —dirige el espacio radiofónico SER Historia y colabora con Iker Jiménez en Cuarto Milenio— convierten al leonés en toda una referencia nacional. De ahí que una novedad tan atractiva como Desenrollando momias. Los grandes aventureros de la Arqueología (Espasa) sea cálidamente recibida por aquellos que lo seguimos y admiramos desde hace años. Máxime cuando sus casi trescientas páginas no solo ofrecen un nuevo viaje a la patria de Seti, Nefertari o Cleopatra, sino el retrato humano de las personas que desenterraron su legado. Así, el nuevo trabajo del autor de La Hija del Sol o La Tumba Perdida nos plantea un brillante recorrido por la historia de la arqueología egipcia desde 1789, deteniéndose no tanto en los aspectos técnicos de las excavaciones como en las biografías de sus protagonistas. Sin ir más lejos, el periplo comienza con la expedición de Napoleón Bonaparte al país del Nilo; campaña en la que, merced a la insistencia de su querida Josephine, contó con la inestimable ayuda del barón de Denon, Dominique Vivant, a la sazón el redescubridor oficial del Antiguo Egipto. Una página poco divulgada de la historia que el escritor castellano-leonés recrea de un modo certero y entrañable. A partir de ahí, el libro continúa con otros nombres propios e igualmente desconocidos para el gran público, como el italiano Giovanni Battista Belzoni (1778-1823), a quien debemos la visión del coloso de Ramsés II en el British Museum —fue él quién lo extrajo de Tebas y lo trasladó hasta Londres—, o los desvelos del inglés Howard Vyse para desentrañar los misterios de la pirámide de Keops —que comenzó con su arribada a Egipto en diciembre de 1835, cuando ya alcanzaba la madurez—. Como no podía ser menos, Nacho Ares incluye en su trabajo a un grande de la arqueología como es el francés Champollion —padre de la egiptología y descubridor de la piedra Rosetta—, pero también a Paul-Émile Botta, quien sacó a la luz las maravillas de Asiria y la leyenda de Gilgamesh (pues no sólo de Egipto viven los historiadores). En este sentido, el libro, salpicado de fotografías, documentos y mapas de gran interés para expertos y profanos en la materia, se completa con la Troya de Schliemann, el Cnosos de Arthur John Evans o la Ur de Leonard Woolley. Y por supuesto el descubrimiento de Tutankamón a cargo de Howard Carter, cuya tumba intacta y poblada de «cosas maravillosas» continúa emocionándonos como cuando éramos niños.