El sello Impedimenta, Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural en 2008, vuelve a sorprendernos con un libro dedicado a Mary Shelley, la inmortal autora de «Frankenstein», que hará las delicias de pequeños y mayores en el ocaso de su bicentenario
«¿Cómo empieza una historia? A veces, todo comienza con un sueño. Mary es una gran soñadora, una niña que aprende a leer siguiendo el trazo de las letras escritas sobre la tumba de su madre, la pionera del feminismo, Mary Wollstonecraft». Con esta premisa arranca Mary, que escribió Frankenstein, la última joya editorial del sello Impedimenta, que llega a las librerías con motivo del bicentenario de la publicación de uno de los clásicos de terror más impactantes de todos los tiempos. Un trabajo cuya calidad salta a la vista ya desde la propia cubierta, y que viene firmado por la canadiense Linda Bailey, autora de más de treinta publicaciones infantiles y galardonada con la prestigiosa California Young Reader Medal. Asimismo sus ilustraciones, de inconfundible aroma georgiano, corren a cargo de Júlia Sardà, responsable de Los Liszt, deliciosa metáfora de lo metódico publicada hace apenas unos meses por la misma editorial.
Los seis de Villa Diodati
Mary, que escribió Frankenstein es una suerte de biografía novelada de Mary Shelley destinada a los niños; aunque cualquiera que se sumerja en sus 56 páginas puede disfrutar de un ejercicio divulgativo y al mismo tiempo lírico que se deshace en la boca. Y es que su arranque ya merece la atención por lo original. En él, Sardà nos presenta a los seis huéspedes de Villa Diodati, la residencia suiza a la que el aristócrata Lord Byron invitó a varios amigos a pasar las frías vacaciones de 1816 —aquel inolvidable año sin verano—. De este modo, junto al célebre poeta británico podemos admirar los rostros de Percy Bysshe Shelley, el gran amor de nuestra protagonista; Claire Clairmont, su hermanastra; John William Polidori, joven médico amigo del anfitrión; así como el célebre monstruo que verá la luz entre esas cuatro paredes y que el acerbo popular bautizará como Frankenstein. Con esto, ambas autoras, amén de presentarnos a las figuras principales del libro, pretenden evidenciar la importancia que esta reunión tendría tanto en la vida de Mary como en la del resto de sus compañeros. No en vano, durante ese retiro estival se sentarían las bases de la literatura moderna de terror, pues, además de Frankenstein o el Moderno Prometeo, los alojados en Villa Diodati asistirían al parto de El vampiro, precedente más directo del Drácula de Bram Stoker, cuyo feliz hallazgo fue obra de Polidori.
Una pequeña huérfana de madre
Envuelto en unas galas de lujo —tanto el gramaje del papel como la encuadernación nos recuerdan a otros tiempos—, Mary, que escribió Frankenstein nos presenta a una pequeña huérfana de madre que mantiene una relación extraña con su progenitor, el filósofo William Godwin. Por un lado lo idolatra —desde siempre, su hogar es un continuo ir y venir de artistas, filósofos e intelectuales que agitan su mente y su espíritu— y por otro le crea un profundo rechazo. Y es que su excesivo rigor así como su enlace con una señora que no le demuestra afecto, son la muestra inequívoca de que sobra en esa casa. Una teoría que viene refutada por su destierro a Escocia a la edad de 14 años, por clara imposición paterna. A su regreso, la adolescente solo piensa en volar definitivamente lejos de allí, para lo que cuenta con la inesperada ayuda de un joven poeta que revolucionará su presente y su futuro: Percy Shelley. Este panorama desembocará en una intensa relación amorosa, un embarazo y otras cuestiones espinosas que Linda Bailey ha preferido obviar, habida cuenta del público al que va dirigida su obra.
Todos los caminos conducen al Monstruo
Una vez expuesta esta primera parte de la vida de Mary, la autora nos conduce al epicentro de la historia, esto es Villa Diodati y la creación del Moderno Prometeo. Es entonces cuando las ilustraciones pasan de ser adyacentes a convertirse en parte indispensable de la trama, bien traducida, por cierto, por la periodista Raquel Moraleja. Sirva como ejemplo aquella en la que se nos muestra una vista cenital de la mesa en torno a la cual se reúnen los invitados de Byron. Aquí, Júlia Sardà confirma su calidad como ilustradora así como su dominio de la composición. Hecho que continúa en las páginas siguientes, con las referencias al galvanismo e incluso en la escena onírica en la que Mary despierta en la cama bajo la atenta mirada del Monstruo. Un compendio de arte, lirismo y psicología que eleva, y aún supera en muchos momentos, los pasajes narrados por la canadiense, convenciéndonos de que el álbum ilustrado atraviesa uno de los mejores momentos de su historia.