El Teatro Lope de Vega acoge hasta el domingo 2 de diciembre una nueva versión de «Otelo», drama de William Shakespeare que llega encabezado por Aníbal Soto, Josu Eguskiza y Tamara Arias, con dirección de Julio Fraga y escenografía de Juan Ruesga

Pocos dramaturgos han descrito el convulso estado de ánimo de unos personajes con la maestría de William Shakespeare. Y es que, a diferencia de otros creadores, sus protagonistas son seres humanos que sienten y padecen como cualquier espectador. De ahí procede, quizá, su extraordinario éxito entre el público, pues en sus textos, ni los malos exudan defectos ni los buenos son un deshecho de virtudes. Más bien «son personajes complejos», como apunta el profesor Pérez Vaquero, «pero reales y tan creíbles que incluso han perdurado con el paso de los años como auténticos arquetipos de la duda, en el caso de Hamlet y su famoso «ser o no ser»; o del amor, con Romeo y Julieta». En este sentido, Otelo será, para siempre, el paradigma trágico de los celos «un monstruo engendrado y nacido de sí mismo», de igual forma que Yago se identificará con la maldad humana. En esta última tragedia, Otelo se desempeña como general del ejército de la república de Venecia, quien a su vez se encuentra casado con Desdémona, hija de Brabancio —un senador de la república, la cual ha contrariado a su padre al casarse en secreto. Por su parte, Yago es el alférez y hombre de confianza del general, el cual, movido por la envidia y el odio que le generó el no ser promovido en la jerarquía militar, se da a la tarea de provocar celos en Otelo. Para ello utiliza como vehículo a Desdémona y Cassio —el más leal teniente del moro—, dando lugar a una espiral de venganza, mentira y muerte que lleva siglos dejándonos boquiabiertos.

Un estreno «real»

El manuscrito original de esta vertiginosa pieza –como es habitual en la producción literaria de Shakespeare— desgraciadamente no se ha conservado. De ahí que el texto que ha llegado hasta nosotros se corresponda con el que se imprimió en 1622 a partir de una copia utilizada en las representaciones. Según algunos historiadores, el bardo de Stratford debió escribirla en la segunda mitad de 1604, tomando como base argumental un pequeño cuento de Giovanni Battista Giraldo publicado a finales del siglo XV en la colección Los Hecatómitos. A partir de aquel impactante argumento, el autor de La Tempestad y Noche de Reyes concibió una de sus más logradas tragedias, siendo estrenada por su propia compañía, ‘Los hombres del Rey’, el 1 de noviembre de 1604 en la sala de banquetes de White Hall, ejerciendo como anfitrión el monarca Jacobo I de Inglaterra. Más de cuatro siglos después de aquella puesta de largo, nadie duda de que Otelo es una de las grandes obras maestras de la dramaturgia mundial y Shakespeare un absoluto genio, el cual, «de ser contemporáneo nuestro, muy probablemente, aparte de literato, hubiera sido psicólogo», según Cecilia de Quiceno.

 

Elenco de contrastada calidad

Una escena de «Otelo» de Clásicos Contemporáneos. Fotografía Luis Castilla.

Dicho esto, cada vez resulta más difícil despertar el interés del consumidor actual con un título de final archiconocido y al que casi todos los grandes del teatro han hincado el diente alguna vez. Un reto que Julio Fraga ha asumido con valentía «utilizando criterios propios, reduciendo el número de actores y personajes para que la compañía tenga la estabilidad que necesitan tanto el teatro como los espectadores y combinando la palabra y la acción dramática con la imagen, el espacio sonoro y el silencio», según sus propias palabras. El resultado es un producto llamativo a nivel estético —tanto el vestuario como la escenografía sorprenden por lo efectista—, que nos hace vibrar por momentos y remueve las conciencias casi siempre. Y es que el inteligente discurso shakesperiano, rítmico y poderoso en la versión de Clásicos Contemporáneos, desliza temas atemporales como la envidia, el odio, los celos y la venganza, pero también el racismo, el abuso de poder y el maltrato femenino; conflictos y tragedias de ayer que, desgraciadamente, continúan latiendo hoy. A esto contribuye un reparto de contrastada calidad en el que despunta Aníbal Soto como Otelo el moro, Josu Eguskiza como un excelente Yago y Tamara Arias en el rol de Desdémona; actores que cumplen su labor con oficio y que a su vez están secundados por unos solventes F.M. Poika, Paco Luna, Juan Luis Corrientes, Estrella Corrientes y Paz de Alarcón —esta última destaca especialmente por su aportación melódica—. Elenco que despliega una desbordante energía durante las dos horas de función y cuyo mérito viene refrendado por una gira por plazas de prestigio como Palma del Río, Peñíscola, Sagunto y Huesca. Algo que nos trae a la memoria aquella versión de Emilio Hernández estrenada por el Centro Andaluz de Teatro en 2001, que también obtuvo el respaldo del público. Es decir, un montaje válido y necesario para los tiempos que corren, que encantará a algunos y decepcionará a otros, pero que en ningún caso dejará indiferente.