En ‘Los evangelios apócrifos en la Semana Santa de Sevilla’, Daniel Cuesta Gómez analiza figuras tan populares como José de Arimatea, Poncio Pilato o Claudia Prócula.

¿Fue Nicodemo el autor de algún Evangelio? ¿Por qué José de Arimatea decidió dar la cara por Jesús y enterrarle en su propia tumba? ¿Se convirtió Poncio Pilato al cristianismo después de la resurrección de aquel al que había mandado crucificar? A estas y otras preguntas trata de dar respuesta Daniel Cuesta Gómez en Los evangelios apócrifos en la Semana Santa de Sevilla, interesante ensayo publicado por la editorial Alfar que, a pocos días del Domingo de Ramos, acaba de aterrizar en las librerías. Una obra que, según el doctor en Historia y escritor Pablo Borrallo, «trata de bucear en aquellos aspectos que las representaciones iconográficas de la Semana Mayor hispalense han rescatado a lo largo de los siglos». Es decir, aquellos episodios de la Pasión y Muerte del Señor descritos en fuentes no canónicas como el Evangelio de Pedro o el Evangelio de Nicodemo, que tanta importancia cobran en nuestra religiosidad popular. En este sentido, la obra «sin precedentes bibliográficos en la ciudad», según el prologuista, «realiza un estudio pormenorizado de los personajes de la Pasión a la luz de los Evangelios Apócrifos, desde el afán divulgativo, el rigor científico y el atractivo gráfico, lo que la convierte en una guía notablemente apropiada de esa imaginería deudora de la verdadera historia de la Pasión que nace al amparo de la investigación y el análisis histórico de los personajes objeto de estudio: Pilato, María Magdalena, Dimas y Gestas, la Santa Verónica, Longinos, Nicodemo, etcétera».

En busca de otras fuentes

Y es que desde el Concilio de Trento, las Sagradas Escrituras se van a convertir en la primera y principal fuente de inspiración para pintores, escultores, orfebres, etc., quienes van a transmitir el mensaje de Cristo por medio de la representación de los diversos pasajes del Evangelio con un único objetivo: acercarlos al pueblo. Sin embargo, y según explica el Delegado de Patrimonio de la Archidiócesis de Sevilla, Antonio Rodríguez Babío: «la imaginación de estos artistas va haciendo que las parcas descripciones que los Evangelios Canónicos nos transmiten, ya que su finalidad no es histórica sino teológica, hagan necesario la búsqueda de otras fuentes que satisfagan la necesidad de crear representaciones con mayor grado de detalles para hacer estas escenas más fácilmente entendibles por el pueblo, apoyándose en cuestiones más o menos anecdóticas especialmente de la infancia de Jesús, o incluso de la vida de la Virgen María y su parentela». De este modo, los Evangelios Apócrifos libros sobre la vida de Jesús de Nazaret que la Iglesia no incluye entre los oficiales —aportan todas esas noticias y pormenores que los canónicos no muestran, de manera que estos escritos, variados en temática, cronología y autorías, pasan a ser imprescindibles para que el arte cristiano represente no solo los episodios más importantes de la vida de Jesús y de su madre, sino incluso los anecdóticos y familiares, como vemos por ejemplo en las escenas de la Natividad de Cristo.

Las ‘Actas de Pilato’

Entre las curiosidades de la obra, escrita con un tono riguroso pero a la vez apto para todo tipo de lectores, destaca el recorrido pormenorizado que el autor segoviano —Premio Extraordinario de Grado en Historia del Arte por la Universidad de Salamanca—, realiza por los diferentes textos que tratan la Pasión y Muerte de Jesús, con especial atención a los personajes secundarios. Así, a lo largo de sus 140 páginas, conoceremos la existencia de las Actas de Pilato, primera parte del mencionado Evangelio de Nicodemo, donde se presenta una imagen dulcificada del procurador romano en contraposición con los escritos de los historiadores judíos Filón y Flavio Josefo. Un curioso texto del que el estudioso jesuita extrae varios párrafos, al objeto de llamar nuestra atención y refrendar su influencia en la cultura popular. En esta misma línea se sitúan la Correspondencia entre Pilato y Herodes o la Tradición de Pilato, donde se propone un final glorioso y santo para el personaje. Lecturas que entrarían en relación con las tradiciones posteriores que lo muestran como un hombre arrepentido tras juzgar a Jesús, y que nos llevan a pensar en otra de las figuras tratadas en el libro: su esposa Claudia Prócula. De ella, el autor de Passionis Imago subraya el hecho de su canonización por parte de la Iglesia Ortodoxa, describiendo (al igual que hace con Pilato), su representación en la Semana Santa sevillana.

De Arimatea a Longinos, pasando por Herodes Antipas

Además de su importante aportación fotográfica —por sus páginas desfilan Antonio Sánchez Carrasco, Javi Jiménez, Pedro Aranda, Sebas Gallardo y Francisco José Pérez— uno de los aspectos más sobresalientes de Los evangelios apócrifos en la Semana Santa de Sevilla es el tratamiento dado a las figuras de Dimas y Gestas, especialmente en lo concerniente a los delitos por los que fueron condenados. Para ello, el escritor acude a otra interesante fuente, la Declaración de José de Arimatea, texto escrito en primera persona donde el israelita narra el cautiverio al que fue condenado por el Sanedrín por descender y enterrar a Jesús. Como es de suponer, Daniel Cuesta se detiene en las representaciones que estos personajes poseen en la celebración hispalense: desde la Exaltación a la Carretería, pasando por Montserrat, citando tanto a sus autores como el contexto en que fueron creados. Obviamente también hay espacio para el propio Arimatea así como Nicodemo, a quien las Actas de Pilato definen como «testigo autorizado de la resurrección de Jesús» ante las autoridades semitas. ¿Y qué podemos decir de Longinos, el soldado que con su lanza abrió el costado de Cristo? ¿O de Herodes Antipas, el tetrarca judío hijo del responsable de la matanza de los Inocentes? Pues que al igual que la popular Verónica, quedan retratados en la obra de una manera tan certera como inteligente, logrando allanar el camino para su comprensión a los neófitos que pretendan descubrirlos en los pasos, e incluso a aquellos cofrades veteranos que llevan años contemplándolos.