Dieciséis años después de su estreno, la cinta de Richard Curtis continúa despertando el interés de los espectadores, quienes no dudan en visionarla una y otra vez durante las fiestas navideñas. Con un reparto de auténtico lujo, algunas de sus icónicas escenas ya forman parte de la cultura popular
El 21 de noviembre de 2003 se estrenaba en España Love Actually, comedia británica escrita y dirigida por Richard Curtis, quien atesoraba el Premio del Sindicato de Guionistas y una nominación al Oscar por Cuatro bodas y un funeral (1994), el respaldo de la crítica por Notting Hill (1999) y El diario de Bridget Jones (2001) y, lo que era más importante, una química perfecta con los espectadores de medio mundo. Dado su buen reparto y la promoción que se le dedicó, desde las primeras semanas la película funcionó fenomenalmente en taquilla, llegando a colarse entre las películas más vistas del año y convirtiéndose, con el tiempo, en una de las mejores comedias románticas de la historia y en el gran clásico navideño del siglo XXI. Gran parte de su éxito se debe a la combinación de historias divertidas y conmovedoras, al ambiente típicamente british y las fiestas familiares como telón de fondo. Es decir, una fórmula a priori poco original que, por una suerte de bendición cinematográfica, y pese a las malas críticas —en The New York Times la calificaron como un «indigerible pudding navideño»—, se transformó en un fenómeno sin precedentes.
¿Qué nos ofrece su argumento?
Love Actually, traducida en Hispanoamérica como Realmente amor, no es más que una abreviatura de Love actually is all around (El amor está en todas partes), y este es precisamente el argumento de esta inolvidable película: en cualquier sitio al que mires, por cualquier lugar donde te desplaces, el amor es la fuerza que lo mueve todo y el principal motor de la vida de las personas. Una savia indescifrable que alcanza tanto a un primer ministro como a una vieja estrella del rock; a una fría oficinista y una asistenta portuguesa que sólo habla su idioma. Y eso por citar algunos ejemplos. En consecuencia la cinta, que supera las dos horas y cuarto de duración, pero posee un ritmo medido y constante, presenta aspectos hilarantes, tristes, extravagantes o estúpidos del sentimiento que mueve al mundo, ofreciéndolos al espectador en todas sus formas y tamaños. De este modo, su discurso ingenioso y poético, tierno y ácido a la vez, nos mueve de la risa al drama en cuestión de segundos, y nos pellizca y/o agita el corazón en cada fotograma y cada diálogo, algo muy meritorio. Ya su inicio, consistente en una voz en off con imágenes de fondo del aeropuerto de Heathrow, es una declaración de intenciones. Curtis es un experto tejedor de emociones, y este sencillo pero directo arranque, como no podía ser de otra forma, ya nos predispone a su juego.
De Alan Rickman a Keira Knightley
¿Y cuál es el secreto de esta feeling good movie destinada principalmente a entretener y que costó la friolera de 45 millones de dólares? Fundamentalmente su elenco, que incluyó a estrellas del cine británico como Emma Thompson, Alan Rickman, Liam Neeson, Hugh Grant, Colin Firth y Rowan Atkinson (el genial Mr. Bean), junto a actores emergentes que impulsaron su carrera de manera estratosférica. Es el caso de Keira Knightley, descubierta por el gran público en Quiero ser como Beckham y Piratas del Caribe, que aquí firma un papel muy secundario, pero que está presente en una de las escenas más icónicas del film: aquella en la que el mejor amigo de su marido le confiesa su amor a través de unos carteles, con un villancico de fondo. Una secuencia maravillosa y mil veces imitada que nos confirma que, en ocasiones, no son necesarios los grandes efectos ni los guiones enrevesados para conquistar al espectador. Precisamente ese joven actor desconocido, Andrew Lincoln, años después alcanzaría la fama con un rol completamente distinto en la serie de culto Walking Dead. ¡Quién nos lo iba a decir! Tampoco le fue mal a aquel chico rubio y tímido que trabajaba como doble de iluminación en una película porno, y respondía al nombre de Martin Freeman. Tras aquellas surrealistas (y descacharrantes) escenas junto a Joanna Page, se convirtió en el doctor Watson de la serie Sherlock y filmó la trilogía de El Hobbit como protagonista. Casi nada. Otros actores a los que bendijo Love Actually fueron Chiwetel Ejiofor, que años después nos cautivaría con su papel en Doce años de esclavitud; Bill Nighy, que pese a su larga y fructífera carrera en el cine y la televisión se inmortalizó cantando una versión del tema más famoso de Wet Wet Wet en pelota picada; o Thomas Brodie-Sangster, el pequeño huérfano que siente un amor irrefrenable por su compañera del colegio, y consigue robarle un beso justo antes de que vuele a Norteamérica —su participación en Juego de Tronos aumentó la gran fama alcanzada en esta película—.
Risas, ternura y cameos estelares
Pero si hay una historia que nos derrite, esa es la de Jamie y Aurélia. Dos personajes antagónicos genialmente interpretados por Colin Firth y Lúcia Moniz (cantante lusa que llegó a representar a su país en Eurovision), y que en Love Actually se erige como una auténtica revelación. Y es que ambos supieron conferirle una ternura tal a sus criaturas (él un escritor traicionado por su mujer, y ella una inmigrante que trabaja de asistenta), que lograron convertir el clímax de su relación —aquel en que el británico pide su mano en portugués ante un restaurante abarrotado— en un momento mágico. Tampoco se quedan atrás Laura Linney y Rodrigo Santoro, cuya historia romántica se ve frustrada por cuestiones familiares y nos sacude muy, muy dentro. ¿Y qué decir de Martine McCutcheon, la secretaria del primer ministro británico, a quien su novio abandona a causa de los kilos, y nos regala una actuación entrañable y llena de verdad? No en vano su personaje, Natalie, protagoniza uno de los finales más divertidos del cine romántico junto a Hugh Grant. Un desenlace feliz que conecta con los sinsabores de Emma Thompson (impecable como siempre) al descubrir que su marido, el jefe de una gran empresa —inolvidable Alan Rickman— se siente atraído por su joven y atractiva secretaria, a quien da vida Heike Makatsch. Al margen de estos relatos, que consiguen tocarnos la fibra por más que los revisionemos, la cinta cuenta con cameos estelares, como el de Denise Richards, modelo y actriz que causó furor en el cambio de siglo —aquí interpreta al ligue norteamericano de Colin (Kris Marshall)—; o el de la archiconocida Claudia Schiffer, ilusionando al viudo Daniel (Liam Neeson). E incluso el seductor Billy Bob Thornton, como un presidente de los Estados Unidos en la senda de Bill Clinton…
La música, esa receta infalible
Pese a lo dicho, Love Actually no funcionaría de la forma que lo hace sin su magnífica banda sonora, que llegó a ingresar en el Top 40 de los Billboard en Estados Unidos y logró el disco de oro en México y Australia. Una recopilación de temas clásicos y contemporáneos donde alternan Otis Redding con The Beach Boys, Eva Cassidy con Kelly Clarkson, o Sugababes con Norah Jones. También hay sitio para la formidable Joni Mitchell —fundamental en la trama Thompson-Rickman—, el carisma de Texas y Dido, o la grandilocuencia de The Pointer Sisters. Aunque el vehículo que consigue arrancarnos las lágrimas es la partitura de Craig Armstrong, deliciosa en los momentos íntimos y explosiva en los álgidos, y ello pese a ser uno de los soundtracks más reducidos del cine contemporáneo. Por todo esto y mucho más, Love Actually ya forma parte del cine que trasciende modas y épocas —como Ben-Hur, Qué bello es vivir o Regreso al futuro—, de la cultura popular que permanece y se expande, y de ese momento único del año en que nos volvemos especialmente sensibles, nostálgicos y generosos: la Navidad.