Es uno de los recintos más curiosos de cuantos existen en Sevilla, y sin embargo muy pocos conocen su existencia. Ubicado en la calle Laraña, donde los Jesuitas poseyeron su primera sede, el Panteón de Sevillanos Ilustres acoge a figuras locales de la literatura, la teología o la política, siendo su máximo exponente el escritor Gustavo Adolfo Bécquer. Adentrarse entre sus muros es viajar a la Edad Media y la época de Felipe II, conocer a nuestros ilustrados o rendirnos ante el hechizo romántico. Puede visitarse gratuitamente los viernes del curso académico desde la facultad de Bellas Artes

No son pocos los turistas sevillanos que tras visitar los Campos Elíseos, la Torre Eiffel o el Museo del Louvre dedican una parte de su tiempo a recorrer Père-Lachaise, uno de los cementerios más famosos del mundo. Y aunque la actividad nos resulte un tanto excéntrica —en la capital francesa no hay opción mala—, lo cierto es que hay motivos de sobra para llevarla a cabo. Por poner un ejemplo, entre las más de mil almas que pueblan el camposanto de París podemos cruzarnos con Oscar Wilde, Frédéric Chopin, George Bizet o Maria Callas. Algo similar ocurre si nos dirigimos a Highgate, uno de los grandes cementerios victorianos de Londres; su huésped más célebre es el filósofo Karl Marx, pero también podemos hallar a la familia de Charles Dickens e incluso «dar caza» al supuesto vampiro que se oculta entre sus muros y que atrajo a cientos de ocultistas a mediados de los años sesenta. La lista de recintos funerarios puede ampliarse a otros países de Europa como Rumanía, Austria, Rusia y la República Checa —el cementerio judío es uno de los grandes reclamos de Praga—, pero también a Argentina, Chile, Estados Unidos o Australia. Por contra, gran parte de esos turistas hispalenses que cruzan la frontera ávidos de nuevas experiencias, jamás han pisado una necrópolis local, y mucho menos aquella que se oculta en el centro, a pocos metros de las «setas» de la Encarnación. Nos estamos refiriendo al Panteón de Sevillanos Ilustres, un espacio subterráneo repleto de historia y curiosidades cuyas visitas se pueden contar con los dedos de una mano.

De Casa Profesa a Universidad

Tras el «motín de Esquilache» de 1766, Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas de España acusándolos de instigadores. De esta forma, las 146 casas que poseían fueron reconvertidas en seminarios, sedes de otras órdenes o centros de enseñanza. En el caso sevillano, la Casa Profesa de la Compañía de Jesús (activa en la calle Laraña desde 1579) pronto se convirtió en el lugar idóneo para ubicar la Universidad de Sevilla tras su paso por el colegio de Maese Rodrigo, sito en la Puerta Jerez y hoy desaparecido. Uno de sus impulsores fue el asistente Pablo de Olavide, y su permanencia en el edificio se alargó hasta 1954, cuando se trasladaron a la Fábrica de Tabacos. En todo ese tiempo el recinto sufrió varias remodelaciones, una de las cuales afectó a la vieja cripta que los jesuitas poseían bajo la iglesia de la Anunciación. Fue en la década de 1970, y las obras estuvieron promovidas por el entonces director general de Bellas Artes, Florentino Pérez Embid. Merced a un interesante proyecto de conservación, el panteón ganó en espacio, sustituyéndose el acceso desde el templo por uno nuevo situado en el antiguo claustro (hoy patio de la facultad de Bellas Artes).

Un Maestre de la Reconquista

La cripta actual posee planta de cruz latina y sus pies están orientados al norte, siguiendo el modelo de la iglesia superpuesta. En ella sobresale una única nave central, sin ábside, y dos pequeñas naves que parten a cada lado en el crucero, rematadas por una cubierta abovedada y un revestimiento a base de placas de granito pulimentado. Entre los enterramientos más antiguos sobresalen aquellos traídos expresamente desde edificios desaparecidos, como el convento de Santiago de la Espada, fundado en 1405 en el barrio de San Lorenzo. La invasión francesa promovió su saqueo, siendo renovado en 1816 y nuevamente adquirido en 1893 por el arzobispo Benito Sanz para la orden Mercedaria de la Asunción. Como dato curioso, en él residieron las hermandades del Gran Poder (desde finales del XV a finales del XVI) y la Soledad de San Lorenzo (mediados del XVI). Uno de los mausoleos rescatados del convento es precisamente el de su fundador, Lorenzo Suárez de Figueroa, Trigésimo Segundo Maestre de la Orden de Santiago, nacido en Écija en 1345 y muerto en Ocaña en 1409. Su artística escultura lo representa vestido con el hábito propio de los santiaguistas, la cabeza sobre doble almohadón y una espada entre sus manos. La familia Figueroa era originalmente de Galicia, y varios de sus miembros participaron en la Reconquista de Andalucía. Las crónicas cuentan que el 28 de octubre de 1387, en la ciudad de Mérida, Lorenzo fue elegido Maestre, uno de los puestos más importantes del Reino de Castilla, distinguiéndose posteriormente como defensor de la frontera extremeña contra los portugueses.

Un humanista en la corte de Felipe II

Muy cerca de la tumba de Figueroa se halla la de otro ilustre olvidado, Benito Arias Montano, nacido en Fregenal de la Sierra en 1527, pero cuyos estudios lo ligaron desde joven a Sevilla. Aquí cultivó las ciencias físicas y médicas y se interesó por la poesía y la lingüística, aunque su verdadera pasión fue la teología. Esto lo llevó a ingresar en la Universidad Complutense de Alcalá de Henares y a ordenarse sacerdote. Posteriormente se retiraría a la Peña de Alájar (Huelva) para dedicarse en profundidad al estudio de las Sagradas Escrituras. Su altísimo nivel lo llevaría a participar en el Concilio de Trento de 1562 y a ser nombrado capellán del mismísimo Felipe II cuatro años más tarde. Una de sus encomiendas más importantes fue la realización de la Biblia Políglota de Amberes, conocida como «Biblia Regia», además de la gestión de la biblioteca de El Escorial. Su retorno sevillano tuvo lugar en 1584, falleciendo en las postrimerías del siglo XVI.

De Triana a la calle Laraña

La introducción de los Hermanos Mínimos de San Francisco de Paula en España data de 1493, según la historiadora Matilde Fernández, y esta se habría llevado a cabo «a instancias de los Reyes Católicos». El primero de los conventos sevillanos se funda en Écija en 1505, y siete años después el arzobispo fray Diego de Deza les concede el permiso para abrir una casa en la capital. Esta se ubicó muy próxima a la desaparecida parroquia de San Miguel —en la actual Plaza del Duque—, pero su actividad no duró ni un lustro, pues el 28 de abril de 1517 los monjes consagraron un nuevo monasterio en Triana, el de Nuestra Señora de la Victoria. Este hecho estuvo impulsado por el Proveedor General de la Armada y de los Ejércitos don Francisco Duarte de Mendicoa, quien tras servir a Carlos V recibió sepultura en el convento extramuros junto con su esposa doña Catalina de Alcocer. Desaparecido el edificio tras la exclaustración de 1835 —al parecer este se ubicaba en el solar que hoy ocupa el colegio José María del Campo—, dicho mausoleo se trasladó a la Anunciación, por lo que sus propietarios descansan desde 1972 en el Panteón de Sevillanos Ilustres. Destaca el hecho de que el extinto convento vio nacer en 1560 a la hermandad de La Estrella, así como una cofradía dedicada a la Entrada de Jesús en Jerusalén que coincidió en fechas con su homónima del Amor. Asimismo sus paredes albergaron a la primitiva Virgen de la Victoria ante la que se postraron Magallanes y Elcano. Otro de los «trianeros» que posee tumba en el panteón es Alberto Lista, cuyos padres poseían una fábrica de telares en el arrabal. Ya en sus primeros años demostró ser un niño superdotado para las matemáticas y las humanidades, hecho que se confirmó durante sus estudios superiores, donde llegó a ordenarse como sacerdote. Pese a exiliarse forzosamente de España durante un tiempo —fue acusado de afrancesado— hoy se le recuerda por haber impartido clases en la Universidad de Sevilla, presidir la Academia Sevillana de Buenas Letras y ser nombrado canónigo de la Catedral de Sevilla. Uno de sus discípulos más célebres fue el escritor José de Espronceda: «con diez cañones por banda…».

Sangre azteca… y sanluqueña

La lista de conventos extintos que nutren al panteón se complementa con San Agustín y San Jerónimo de Buenavista. El primero se hallaba próximo a las calles Recaredo y Luis Montoto, y de allí proceden las tumbas de Pedro Ponce de León el Viejo (Muerto en 1352) y de Pedro Ponce de León, 5º Señor de Marchena. Esta familia vio incrementar su fortuna gracias al apoyo dado a Isabel la Católica en la conquista de Granada. El segundo se ubicaba en el barrio de San Jerónimo, y tras albergar la primera imprenta de Indias y al hermoso santo penitente del Museo de Bellas Artes, hoy funciona como centro cívico. En el siglo XIX hubo que trasladar los restos de Jerónimo Girón y Moctezuma, hijo de un marqués malagueño y una descendiente de los aztecas que llegó a gobernador de Barcelona, ubicándolos cerca de los de Antonio Desmasieres, miembro destacado del ejército. Junto a ellos se ubica la tumba de Federico Sánchez Bedoya, diputado a Cortes por Sevilla y vicepresidente del Congreso, al que hoy se le recuerda con una calle cercana a la Catedral. Su esposa, Regla Manjón, fue la famosa condesa de Lebrija a la que la pasión por el coleccionismo la llevó a decorar su Casa Palacio de la calle Cuna con las primeras piezas extraídas de Itálica. Aparte de esto, la hacendada sanluqueña fue una gran amante de los libros, siendo la primera mujer reconocida por la Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría.

Fernán Caballero y los hermanos Bécquer

Otros ilustres del panteón que poseen hueco en el nomenclátor son José Gestoso, escritor, historiador e impulsor de la arqueología y la revalorización de la cerámica, Antonio Martín Villa, jurista que llegó a rector de la Universidad de Sevilla, y José Amador de los Ríos, catedrático de literatura que tuvo como alumnos a Cánovas del Castillo, Canalejas, Castelar, Clarín y Menéndez Pelayo. Estos tres comparten espacio con el periodista y escritor José María Izquierdo, el célebre «Jacinto Ilusión» promotor de la Cabalgata de Reyes Magos del Ateneo, quien rindió homenaje a Sevilla en su obra Divagando por la ciudad de la gracia. Pese a su innegable aportación a la historia de la ciudad, hoy los visitantes que se adentran en la cripta apenas se detienen a contemplarlos, pues cerca de sus lápidas se hallan las de otros insignes con mayor poder de atracción. Uno de ellos es el polifacético Rodrigo Caro, miembro destacado del Siglo de Oro español y coetáneo de figuras como Quevedo o Pacheco. Pese a su trayectoria como sacerdote y ensayista, hoy se le recuerda sobre todo por sus versos a las ruinas de Itálica: «Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora / campos de soledad, mustio collado / fueron un tiempo Itálica famosa». No lejos de este poeta encontramos la tumba de Cecilia Böhl de Faber, la célebre Fernán Caballero, nacida en Suiza en 1796 y autora de novelas y relatos de corte realista y naturalista. Varias veces enviudada y en difícil situación económica, recibió la protección de los duques de Montpensier y de la reina Isabel II, que le cedió de por vida una estancia en el Patio de Banderas. Pese a su fama y la leyenda que la acompaña —algunas personas aseguran que su fantasma deambula cada noche por el edificio—, nadie duda de que el auténtico centro de las miradas es otro escritor, Gustavo Adolfo Bécquer, quien descansa en el panteón desde 1913 junto a su hermano Valeriano, el pintor que lo inmortalizara en el famoso retrato. Tras más de cuarenta años enterrados en la Sacramental de San Lorenzo de Madrid, ambos fueron exhumados y trasladados a Sevilla merced al trabajo de una comisión integrada por Joaquín y Serafín Álvarez Quintero y encabezada por José Gestoso. La tradición cuenta que Luis Cernuda presenció el paso de la comitiva siendo un niño, cuando esta iba desde San Vicente a la calle Laraña. Esa misma tarde del 11 de abril de 1913, y una vez inhumados los restos de los hermanos Bécquer, se decidió construir un monumento que sería costeado por el marqués de Casa Dalp y realizado por Eduardo Muñoz. Este constaba de un Ángel de los Recuerdos portando un ejemplar de las Rimas y el símbolo del arte de la pintura, y aunque en un principio se colocó en la propia iglesia de la Anunciación, más tarde viajó hasta el subsuelo. Si desea postrarse ante el mismo, e incluso dejar un mensaje de amor para el poeta —no son pocos lo que lo hacen—, deberá dirigirse a la facultad de Bellas Artes cualquier tarde de viernes, siempre que sea dentro del curso académico, en horario de 16:30 a 19:30. La gestión del panteón está a cargo de la Universidad de Sevilla y en su apertura colaboran estudiantes del colegio Buen Pastor, quienes guían a los visitantes de manera gratuita. Una oportunidad ideal para explorar un lugar tan desconocido como inquietante.

El ‘Ángel de los Recuerdos’. Detalle de la tumba de Valeriano y Gustavo Adolfo Bécquer