140 años después de ver la luz en Copenhague, la obra cumbre de Henrik Ibsen «Casa de Muñecas» estrena continuación. Al frente del reparto se encuentran Aitana Sánchez Gijón y Roberto Enríquez, flanqueados por las televisivas Elena Rivera y María Isabel Díaz Lago. Hasta el 17 de marzo en el Teatro Lope de Vega

Un matrimonio con hijos, aparentemente perfecto, el de Torvald y Nora Helmer, esconde un terrible secreto. Una deuda que la dama contrajo con Krogstad, un oscuro individuo, para proteger a su marido, y que será utilizada por este como chantaje para controlarla. Con el tiempo, Nora descubrirá a través de la reacción de Torvald, su función dentro de la sociedad y el núcleo familiar, y tomará una decisión que cambiará el rumbo de sus vidas. Con esta trama, ambientada a finales del siglo XIX, el dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen dio a luz la considerada «primera gran obra feminista de la historia», uno de los textos más aplaudidos y estudiados de la literatura mundial, que convirtió a Nora Helmer en todo un símbolo. Algo que provocó una importante controversia a lo largo y ancho del mundo, pero que, sin embargo, no impidió su incontestable triunfo. Hoy, el legendario alegato de Casa de muñecas está más que superado —la liberación femenina es un hecho—, pero la fuerza y el valor de su protagonista continúan asombrando a espectadores de todas las edades. Es lo que tienen los clásicos, cuyo poder de fascinación trasciende modas y épocas, ya estén ambientados en la Antigua Grecia, el Renacimiento o la Segunda Guerra Mundial. Pero es que, además, la creación de Ibsen posee uno de los finales más hermosos de la historia del teatro, lo que nos dio pie a fantasear durante décadas. ¿Qué sería de aquella mujer que decidió enfrentarse a todo y a todos? ¿Cómo respondería la sociedad ante un desafío semejante? ¿En qué lugar quedarían el marido y los hijos? Unas preguntas a las que trata de dar respuesta Lucas Hnath en La vuelta de Nora, la sorprendente continuación de Casa de Muñecas.

Un plantel de lujo

Y es que esta ‘segunda parte’ de la obra de Ibsen podría intuirse, a priori, innecesaria y repleta de tópicos, pero lo cierto es que plantea situaciones tan interesantes que, tras su visionado, podemos calificarla no solo de digna sucesora sino de pieza complementaria. La historia arranca con una llamada a esa misma puerta que Nora cerró quince años atrás, justo antes de que cayese el telón, en la Noruega de 1879. Por tanto, quien regresa es alguien muy diferente. La literatura la ha convertido en una mujer de éxito, y su único objetivo es formalizar el divorcio, para lo que necesita la firma de su ex marido. Como es de suponer, durante el transcurso de la función, Nora será cuestionada sobre su comportamiento, el tiempo que ha estado desaparecida y las consecuencias de su huida, moviéndonos, en todo momento, a la reflexión. Un discurso que, si bien recuerda al del texto original —la estética inicial nos transporta a los primeros años del siglo XX—, se adentra con naturalidad en lo contemporáneo, buscando la conexión con el espectador a través de un lenguaje actual y sin complejos. Dicha propuesta, cuyo estreno en Broadway fue la sensación de la temporada, cuenta en su versión española con la producción de Trasgo y un plantel de lujo. Desde el director, autor y actor Andrés Lima —Premio Nacional de Teatro— a los reconocidos intérpretes Aitana Sánchez Gijón y Roberto Enríquez, quienes llegan acompañados de las televisivas María Isabel Díaz Lago (El Comisario, Aída, Vis a vis) y Elena Rivera (Cuéntame como pasó, Servir y proteger, La verdad). Una reunión de artistas brillantes y reconocibles por el gran público que, sin embargo, decide ‘fajarse’ en todo momento en beneficio del conjunto.

Dramaturgia sencilla y sin concesiones

Y lo cierto es que la fórmula funciona. En primer lugar por el acierto de  Hnath a la hora de crear un texto nada maniqueo en el que Torvald y Nora muestran aún más matices que en la primera parte. Material que Andrés Lima utiliza a la perfección para explorar sus miedos, rencores y fragilidades, a partir de una dramaturgia sencilla y sin concesiones. A ello contribuye el espacio escénico, una suerte de ‘ring’ o ‘prisión’ atemporal con regusto clásico, en la que la palabra fluye sin obstáculos ni distracciones, y que cede el absoluto protagonismo a los personajes. ¿Y qué podemos decir del trabajo individual de cada intérprete? En el caso de Aitana, la encargada de dar vida al mito, poco o nada se le puede achacar. Su Nora es temperamental y sensible, poderosa y delicada, pasional e introspectiva; es decir, un retrato a la altura del arquetipo ibseniano, perfectamente redibujado por Hnath y Lima, que en su boca fluye de manera elegante y convincente. A su lado, Roberto Enríquez se luce como el antaño impetuoso marido, aquí mucho más evolucionado y trascendente, llegando a mostrar un dominio de la voz y del cuerpo absolutamente extraordinario. Lo mismo ocurre con Elena Rivera, cuyo papel de Emmy, la hija menor del matrimonio, es una deliciosa metafóra de los nuevos tiempos, y por momentos recuerda a la joven protagonista de La Gaviota, de Chejov, todo pureza y anhelo, pero también inteligencia y luz, muchísima luz. «Espíritu de verdad y espíritu de libertad» que diría el dramaturgo noruego. Aunque si hemos de destacar a un miembro del elenco, por lo inesperado, esta es María Isabel Díaz Lago, que en su rol de Anne Marie, la ama de llaves-niñera-confidente, da un verdadero recital de verdad. Esta antigua intérprete de Nora —la encarnó en su Cuba natal hace años— es una de las grandes revelaciones del «segundo episodio» del drama feminista y el pegamento entre ambos libretos. Un personaje que habría encomiado Ibsen y con el que logramos empatizar por su cercanía y dominio del escenario. En suma, La vuelta de Nora posiblemente no alcance el estatus de su predecesora, pero nos hace pensar y sopesar, superando ampliamente nuestras expectativas y funcionando como producto independiente.