El Teatro Lope de Vega acoge el montaje «El Mago», última propuesta del dramaturgo madrileño Juan Mayorga para el Centro Dramático Nacional. Liderado por Clara Sanchís, José Luis García-Pérez y María Galiana, este original espectáculo, de mensajes velados y tintes absurdos, podrá verse hasta el jueves 24 en Sevilla
1636 fue el año del estreno de L’illusion comique en el Théatre du Marais de París; comedia en cinco actos creada por Pierre Corneille, uno de los mejores dramaturgos franceses del siglo XVII junto con Molière y Racine, en la que los espectadores asistían a una propuesta absolutamente inédita hasta el momento: entender la vida como un teatro. Una idea que explotarían otros dramaturgos como Calderón de la Barca —en esas mismas fechas la compañía de Cristóbal de Avendaño ponía en escena La vida es sueño— y que desde entonces calaría en el imaginario popular europeo con enorme éxito. Pero es que, además de ese novedoso concepto, la gran aportación del francés fue la de diseñar una estructura compleja basada en sucesivos encastramientos —teatro dentro de teatro— aderezada con un juego de apariencias equívocas. O lo que es lo mismo, un experimento adelantado a su tiempo donde ni el personaje principal, Pridamante, ni el espectador más avezado, eran capaces de distinguir la realidad de la ficción. Pues bien, traigo a colación este monumento de las letras francesas por sus evidentes concomitancias con El Mago, última lección del maestro Juan Mayorga, que acaba de aterrizar en Sevilla con un estimable reparto. Y es que en ambos el discurso se articula en un único espacio interior; ambos poseen la semilla del clasicismo y en ambos se desliza una crítica velada a la sociedad, aquella en la que tanto personajes como espectadores se hallan inmersos e incluso podría decirse que atrapados. Eso sí, al margen de la valía de Corneille, la propuesta que nos ocupa posee un ingrediente que la distingue de su antecedente barroco: el humor. Un vehículo eficiente que permite al autor deslizar poderosos mensajes a lo largo de noventa minutos, y cuyo empleo siempre se agradece.
Las posibilidades de la hipnosis
¿Y cuáles son las claves de esta producción del Centro Dramático Nacional, avalada por crítica y público desde su estreno el pasado otoño en Madrid? Para empezar, la idea partió de una función celebrada en el Circo Price hace unos años, cuando se celebraba el Congreso Mundial de Magia en Madrid, al que Juan Mayorga acudió con su familia. En ella, el reconocido hipnotista Jorge Astyaro pidió voluntarios para su número, prestándose de inmediato nuestro dramaturgo. Sin embargo, tras realizarle unas sencillas pruebas, Mayorga fue declarado «no apto» para el show y devuelto a la grada con su consiguiente decepción. Hecho que, sin embargo, le movería a reflexionar sobre las consecuencias de la hipnosis, la verdad que se esconde tras su práctica y, muy especialmente, sus posibilidades dramatúrgicas. Preguntas que finalmente desembocaron en la creación de El Mago, donde Nadia —la simpar protagonista encarnada por Clara Sanchís— regresa a casa tras asistir a una sesión de hipnotismo, afirmando ante su familia que sigue oyendo la voz del ilusionista, que no se siente la misma y que ahora ve a la gente como realmente es. Resumiendo, una situación a caballo entre la realidad y la ficción que da lugar al inefable conflicto, con ecos del premio Nobel Patrick Modiano, Eduardo De Filippo y, por qué no, Woody Allen.
Un reparto equilibrado
Pero como suele ocurrir en casi todas las ficciones contemporáneas —hemos de aclarar que el texto de Mayorga es un material de primera calidad, tanto en su versión escénica como literaria—, la última palabra la tienen los actores y aquellos agentes que facilitan su trabajo sobre el escenario. En este caso un reparto liderado por la mencionada Clara Sanchís —su presencia escénica y trabajo gestual son de nota—, y en el que se incluyen el siempre solvente José Luis García-Pérez, interpretando a su marido Víctor; la gran María Galiana como Aranza, la madre, y una sorprendente Julia Piera en el rol de Dulce, la hija del matrimonio. Intérpretes a los que se suman Ivana Heredia, que encarna a una vieja amiga de Víctor, Lola; y Tomás Pozzi, cuyo personaje, Ludwig, acude a la casa con idea de comprarla. En suma un reparto equilibrado que da luz a situaciones que van desde lo absurdo a lo tierno, pasando por lo dramático, y donde el espectador atento podrá reconocer guiños al teatro de Jardiel Poncela, Miguel Mihura o Edgard Neville. Es más, el propio decorado —obra del escenógrafo de moda, Curt Allen Wilmer— nos recuerda a esos títulos «de salón» que surgieran en la primera mitad del siglo XX y que tanto proliferaron durante la España del Régimen. Juguetes vodevilescos que hicieran las delicias de varias generaciones y cuya aparente frivolidad escondía importantes proclamas en consonancia con las vanguardias —resulta inevitable pensar en Ionesco, Beckett o Pirandello—. Este es quizás el gran hallazgo de Mayorga: narrar una historia sencilla y surrealista que nos obliga a pensar más allá de la sonrisa y hacernos preguntas en el trayecto de vuelta.