Con «El tren de las almas», la alicantina Mado Martínez, galardonada con el XIX Premio Ateneo Joven de Novela en 2014, regresa a la actualidad literaria. Su propuesta, editada por el sello hispalense Algaida, posee una importante carga sobrenatural, aunque su gran acierto es explorar el mundo de la adolescencia desde los escenarios comunes
En el año 2016 cayó en mis manos por casualidad Nosotros, los de entonces, novela de Marta Rivera de la Cruz cuya premisa homenajeaba una de las películas más icónicas de los noventa, Los amigos de Peter. Al igual que ocurriera con la cinta de Kenneth Branagh, la base de su argumento consistía en el reencuentro de un grupo de amigos tras varios años sin verse. Cita que, como suele ocurrir en este tipo de historias, sacaba a la luz confrontaciones, celos y otros problemas con los que solemos convivir a diario y aun normalizar. En este caso, la diferencia entre el film y la novela residía fundamentalmente en el espacio; mientras la primera se ubicaba en una lujosa mansión inglesa, en la segunda los personajes acudían a pasar un fin de semana en un idílico hotel de la Provenza francesa. Pues bien, me han venido a la memoria estos jugosos títulos a raíz de la lectura de El tren de las almas, último trabajo de la alicantina Mado Martínez, a la que descubrí en 2014 tras obtener el XIX Premio Ateneo de Sevilla Joven con La Santa. Un libro que, al igual que ocurre con este, se vale de hechos y atmósferas sobrenaturales para sumergirnos en el drama psicológico con enorme acierto. Si en su galardonada obra, Martínez reivindicaba la larga tradición del terror victoriano —combinándolo con el mito de la «Güestía» o Santa Compaña—, en este caso escoge otro motivo recurrente de la literatura de horror, el de los trenes fantasma. Un tema repleto de posibilidades que el imaginario popular hizo suyo hace décadas, y al que las redes sociales han revitalizado en los últimos tiempos. Sirva como ejemplo las imágenes captadas por una cámara de seguridad en la ciudad china de Baotou, en marzo de 2018, donde un tren espectral se detiene en la estación ante la mirada atónita del personal. Escena que se ha vuelto viral en internet y que conecta con la leyenda del «tren fantasma de Maipú», en este caso en Santiago de Chile.
Luces y sombras
Dicho esto, ¿debemos considerar este nuevo trabajo de Mado Martínez, escritora curtida en el ámbito del Misterio —colabora desde hace años en La rosa de los vientos, Año Cero o Cuarto Milenio—, como un producto exclusivamente del género fantástico o de terror? Negativo. Pues más allá del efecto que su cubierta y sinopsis provocan en los amantes de lo insólito, de sus pasajes tenebrosos y oscuros y del inevitable descenso a los infiernos de sus protagonistas, sus páginas abundan en algo muchísimo más interesante: el paso de la adolescencia y juventud a la edad adulta. Concepto sumamente eficaz que, pese a haber generado un sinfín de creaciones transmedia en el último lustro, continúa cosechando éxitos debido a su capacidad de conectar con públicos de todas las edades e incluso tocar la fibra. Es decir, si por algo funciona El tren de las almas —y en mi opinión supera a la muy válida La Santa—, es por su capacidad de trasladar a escenarios comunes a la mayor parte de sus potenciales lectores. Una época plagada de luces y sombras —los años 80 y 90 del pasado siglo— en la que se consagró el culto a los jóvenes, y donde instrumentos como la música pop, el cine o la moda abonaron el terreno donde crecimos y nos conocimos a nosotros mismos, casi siempre a base de golpes. De ahí que ese poderoso instrumento, el de la nostalgia, se transmute aquí en timón con el que gobernar la nave de nuestros sentimientos. A esto debemos añadir un buen uso del lenguaje —sus 337 páginas poseen párrafos bellísimos—, el cuidado de la ambientación, y las descripciones de los escenarios (el municipio ficticio de Espuelas evoca lo antiguo, pero resulta familiar). Atractivo menú que se complementa con el dibujo de unos personajes que merecen el notable, unas pinceladas de lirismo dosificadas en su justa medida —en esto la novela vuelve a superar a su predecesora— y una vocación de trascender que elevan un producto aparentemente comercial a la categoría de buena literatura.
De Michael Jackson a Steven Spielberg
Pero además de todo esto, El tren de las almas es una hermosa y compleja historia de amor —o mejor un conjunto de ellas—, donde el miedo, la insatisfacción y las inseguridades se alzan como protagonistas absolutos, logrando que el lector empatice y retroceda en el tiempo, ya sea en forma de arcadia o pesadilla. Un canto al universo interior que, en la línea de Jung, Freud y otros nombres propios del psicoanálisis, nos mueve a examinar nuestro propio yo, mientras formulamos preguntas del tipo: ¿Qué hubiese ocurrido si en lugar de este camino hubiese elegido otro? ¿Existen las segundas oportunidades? Conceptos que enlazan con maniobras literarias como Si pudiera volver atrás, de Marc Levy o Todos nuestros presentes equivocados, de Elan Mastai, ambas de gran impacto internacional. Y como colofón, hemos de subrayar el certero homenaje que Mado Martínez dedica a la cultura española de los últimos cuarenta años, aspecto donde revela una enorme capacidad de evocación, pero también de síntesis —uno de sus fuertes junto a la depuración y la brevedad—. De ahí que el discurso, tierno y durísimo a la vez, abunde en referencias televisivas, publicitarias, musicales y cinematográficas, desde Michael Jackson a Steven Spielberg, pasando por Barrio Sésamo. Ecos que, en el horizonte de expectativas de muchos lectores —especialmente los nacidos a finales de los setenta—, nos llevan a rememorar títulos como Rebeldes de T. S. Hinton, Dragones y mazmorras o El club de Medianoche; material de primera calidad para impúberes, que la autora ha sabido utilizar con oficio y que supone un aliciente más para disfrutar de la lectura.