Su nombre de nacimiento era Simón bar-Jona y trabajaba como pescador en el mar de Galilea. De los discípulos de Jesús, es sin duda el más citado en el Nuevo Testamento, y la Iglesia lo identifica como el primer Papa. ¿Cómo murió exactamente? ¿Es cierto que sus huesos se encuentran en Roma? ¿Cuándo se descubrieron?

El primer testimonio de la muerte de Pedro nos lo ofrece Clemente Romano en su Carta a los Corintios (80-98 d.C.). A esto se suma el Evangelio de Juan, concluido hacia el año 100, donde se sugiere que fue crucificado en tiempos de Nerón (Jn 21:18-19). Aunque los detalles del martirio los conocemos por San Jerónimo, quien en De viris illustribus señala que fue “clavado a la cruz, con su cabeza hacia el suelo y sus pies hacia arriba, asegurando que él no era digno de ser crucificado del mismo modo que lo había sido su Señor”. Esta práctica de crucificar criminales en posiciones distintas era común entre los soldados romanos, según el historiador del siglo I Flavio Josefo. Asimismo Eusebio de Cesarea, exégeta de los siglos III-IV y padre de la historia de la Iglesia, confirma su ejecución en Roma.

¿Dónde tuvo lugar exactamente? Según Dorman Newman, escritor del siglo XVII y autor de The Lives and Deaths of the Holy Apostles, “Pedro fue llevado a la cima del Monte Vaticano, cerca del Tíber, y crucificado cabeza abajo”. “Su cuerpo fue embalsamado por Marcelino el presbítero, siguiendo la costumbre judía, y enterrado en el Vaticano cerca de la Vía Triunfal. Sobre su tumba se levantó un pequeño templo. Este fue destruido por Heliogalachis”.

La tradición señala que la cabeza de Pedro está en una tumba de la catedral de San Juan de Letrán, mientras que San Jerónimo afirma en el 392 que “fue enterrado en Roma, en el Vaticano, cerca del camino triunfal donde es venerado por todo el mundo». De un modo u otro, en 1939, mientras se hacían obras en el subsuelo vaticano para adecuar la tumba del recién fallecido Pío XI, el nuevo Papa, Pío XII, ordenó que se ampliara la excavación, en búsqueda de la tumba de Pedro. Los trabajos arrojaron restos de viviendas y tumbas sencillas de los siglos I-III d.C. Estas demostraban que el emperador Constantino había construido la Iglesia de San Pedro sobre un cementerio.

Tras años de hallazgos en las grutas vaticanas, Margherita Guarducci, epigrafista de fama mundial, descifró un grafito en la pared más antigua del recinto excavado. Este contenía las letras «P» y «E» (Petros Eni), lo que identificó como: «Pedro está dentro».

Guarducci no cesó en su empeño, y su incesante búsqueda la llevó a dar con unos huesos con evidencias de hilos de oro y de tela púrpura que habían reposado en el único nicho construido por Constantino en el monumento que dedicó al apóstol (321-326 d.C.). Dichos restos pertenecen a un hombre robusto de 60 a 70 años —edad que coincide con la de la crucifixión de Pedro, según la tradición católica—. En consecuencia, el 26 de junio de 1968, Pablo VI anunció que se habían encontrado los huesos del santo.

En diciembre de 1971 se publicó en la revista National Geographic un extenso artículo explicando toda esta historia. Actualmente, los huesos vuelven a reposar en el nicho de la tumba, ocultos a la vista del público.