Custodiado en la Catedral de Coria, Cáceres, desde al menos el siglo XIV, esta pieza de lino de procedencia arábiga fue analizada por científicos de la NASA en 2011 arrojando unos resultados sorprendentes
Un mosaico romano hallado en el claustro de la catedral de Coria, en Cáceres, apunta a que en ese lugar se ubicó el primer templo cristiano de toda la Península Ibérica. O al menos eso defiende la profesora de la UNED María del Carmen Sanabria Sierra, para quien «de momento, es la única Iglesia en el mundo que podrá mostrar la evolución arquitectónica desde la antigüedad hasta 1550, fecha en la que se finaliza la construcción del templo cauriense tal y como hoy lo vemos». Un continente repleto de historia cuyo contenido es asimismo fascinante. Solo por nombrar dos ejemplos, la iglesia alberga piezas de Churriguera y del maestro Diego Copín de Holanda, el escultor oficial de los Reyes Católicos. Aunque ninguna de sus piezas merece tanta atención como su gran reliquia: el supuesto mantel utilizado por Jesús y los Doce Apóstoles en la Última Cena. Un objeto venerado desde hace siglos en la sede extremeña que, en los últimos tiempos, ha merecido la atención del director del Turin Shroud Center de Colorado, institución vinculada al estudio de la Sábana Santa.
Una pieza de lino
Antes de pasar a analizar el posible origen de la reliquia y las razones que la llevaron hasta Extremadura, hemos de describirla en su integridad. Para empezar, se trataría de una pieza de lino puro de 4,42 metros de largo y 92 centímetros de ancho, blanca por un lado y con sencillos adornos en azul por el otro, la cual presenta actualmente algunas roturas y desgarros. Su descubrimiento se estima entre los años 1370 y 1403, dentro de un arca hallada bajo el suelo del presbiterio de la catedral cauriense durante unas obras de remodelación. Una bula firmada por Benedicto XIII —el célebre Papa Luna— y fechada en el año 1404, ya menciona la aparición de la reliquia; sin embargo, aún no existen datos completamente fidedignos sobre su llegada a Coria. La primera de las teorías la relaciona con otro objeto sagrado de nuestro país, el célebre Lignum Crucis, o fragmento de la Cruz de Cristo custodiado en el monasterio de Santo Toribio de Liébana (Cantabria). Según la tradición, ambas piezas habrían sido traídas a Europa por Santa Elena, madre del emperador Constantino, tras una peregrinación a Tierra Santa en el siglo III. De ser cierta esta hipótesis, antes de arribar a la provincia de Cáceres, la reliquia habría pasado primero por Roma, pues Elena levantó una iglesia dedicada a albergar sus hallazgos —que hoy recibe el nombre de Santa Croce—. Otros se inclinan por la tesis según la cual el lienzo habría llegado a Coria desde Francia, tras la conquista de la ciudad por Alfonso VII. En este caso el portador habría sido Iñigo Navarrón, primer obispo de la diócesis de Coria-Cáceres tras la reconquista de 1142, quien a su vez participó en el Concilio de Reims en 1148; o incluso su sucesor en el cargo, Suero I, del que sabemos que residió en Roma junto al Papa Eugenio III. Por último, no hemos de olvidar la tradición oral, y posteriormente escrita, que mantiene que el Mantel de la Última Cena se conserva en Coria al menos desde el siglo XIV, como consecuencia de un regalo que hizo San Luis Rey de Francia, a su fallecimiento, al Archiduque Rodolfo de Habsburgo, quien sería emperador en el año 1273. Sea cual fuere su procedencia, lo que sí parece probable es que dicha pieza estuviese custodiada durante un tiempo por la mítica Orden del Temple.
La leyenda de Fierabrás
Y es que la relación de esta orden caballeresca con Extremadura siempre fue muy estrecha. En el caso de la reliquia de la Última Cena, su vinculación surge a través de Alconétar, lugar a orillas del Tajo donde los templarios edificaron un castillo sobre las ruinas de un templo romano (en torno a 1167). Según una leyenda local, Carlomagno fue uno de sus primeros poseedores. Tras vencer al emperador de Alejandría, Fierabrás, en el sitio de Alconétar, el valeroso líder quiso festejar la hazaña organizando un banquete. Al no existir víveres, un musulmán cautivo le reveló la existencia de un tesoro bajo la torre de Floripes —perteneciente a la fortaleza primitiva extremeña—, el cual incluía unos «manteles mágicos» que, al conjuro de ciertas fórmulas, hacían surgir de la nada toda clase de alimentos y bebidas. Tela que, tras la disolución de la Orden del Temple, se descubriría ‘casualmente’ en el subsuelo de la catedral vieja de Coria, pasando posteriormente a ser propiedad de la Iglesia. Es entonces cuando los «conjuros» pasan a convertirse en «rezos», organizándose cada Jueves Santo una comida de caridad con los mencionados manteles, expuestos sobre una gran mesa en el patio del castillo.
De Coria a Viena
Aunque este relato es poco conocido en la actualidad, lo cierto es que en siglos anteriores la pieza gozó de gran devoción entre los caurienses. No en vano, desde el año 1495 hasta 1791, cada 3 de mayo se celebraba en Coria la fiesta «de las tres reliquias». A saber: el Lignum Via, la Santa Espina y el Sagrado Mantel. Ese día las reliquias eran expuestas en público y el mantel se colgaba de un balcón a modo de pendón, pasando por debajo los vecinos y peregrinos llegados desde todos los rincones del país. Como es lógico suponer, estos lo besaban y se frotaban con él, confiando en los milagros que se le atribuían. Unos usos que, a la postre, produjeron graves desgarros en la tela, nutriendo de fragmentos a lugares tan dispares como Viena —hoy podemos contemplar un fragmento en la Schatzkammer o Cámara del Tesoro de la capital austriaca—. De ahí que en 1791, el obispo cauriense Juan Álvarez Castro acabase suprimiendo su adoración. Con esto decayó su culto, la leyenda sobre sus milagros y la feria que se organizaba en torno a ella.
Vuelta a la luz pública
Pese a que en 1611 el confesor de Santa Teresa de Jesús, don Sancho Dávila y Toledo, Tesorero y Deán de la Catedral de Coria, publicó una obra en la que mencionaba la tela, no será hasta los albores del siglo XX cuando el mantel vuelva a interesar a la intelectualidad extremeña. En esta ocasión serán Miguel Ángel Ortí y Eugenio Escobar quienes se encarguen de sacarlo a la luz con sendas publicaciones. Sin embargo, la gran aportación documental surge en 1961 y lleva la firma de Miguel Muñoz de San Pedro. En Coria y el Mantel de la Última Cena, el conde de Canilleros realiza el primer trabajo serio de investigación, y lo hace atendiendo al contexto, a los recipientes donde se han venido conservando esta y otras reliquias ‘increíbles’, y al inventario completo de las mismas: desde fragmentos de huesos de los Santos Inocentes a la tierra del desierto donde ayunó el Señor, pasando por una piedra del lugar de la Anunciación. Reliquias que, durante los siglos XVI y XVII fueron declaradas «auténticas», según Muñoz de San Pedro, por obispos como «don Diego Enrique de Almanza, en 1553; don Diego Deza, en 1570; don Pedro Serrano, en 1577; don García de Galarza, en 1579, 1584 y 1591, y Fray Juan Roco Campofrío, en 1633». Si bien, la mayor parte de las páginas del libro están dedicadas a la ‘Gran Reliquia’, como la denomina el noble. Su narración arranca en el siglo I, en el llamado «Cenáculo», donde Jesús y sus discípulos celebraron la cena de Pascua, y continúa con la tradición literaria y artística en torno a este episodio, deteniéndose en un fragmento de los Hechos de los Apóstoles, en el que Pedro revela lo siguiente: «Estaba yo en la ciudad de Joppe orando, y vi en éxtasis una visión, algo así como un mantel grande suspendido por las cuatro puntas, que bajaba del cielo y llegaba hasta mí; y volviendo a él los ojos, vi cuadrúpedos de la Tierra, fieras y reptiles y aves del cielo. Oí también una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come». Texto que, según Muñoz de San Pedro, alude claramente a ‘comida sobre mantel’, lo que podría confirmar su uso durante la Última Cena. Seguidamente, el investigador menciona el paradero de algunos de los objetos utilizados aquella noche: «la mesa fue traída por el Emperador Tito y se encuentra en Roma, en San Juan de Letrán; el asiento del Señor, en la misma ciudad, y un pedazo, en El Escorial; la toalla con que secó los pies de sus discípulos, en Gladbach; un plato, en la Catedral de Génova; el Cáliz, en Valencia…».
Primer análisis científico
Aunque si hemos de destacar un capítulo interesante de su libro, este es el dedicado al primer análisis del lienzo, realizado en octubre de 1960 en los laboratorios del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, bajo la dirección de los catedráticos don Francisco Hernández Pacheco y don Alfredo Carrato Ibáñez. Un proceso que les permitió examinar la fibra con la que está tejida la tela mediante el uso del microscopio. Tras dicho análisis, refiere Muñoz, «el primer especialista español en telas, el ilustre arqueólogo y académico don Manuel Gómez Moreno, procedió al estudio del Mantel, en presencia del citado profesor Hernández Pacheco y del que esto escribe. Después de largo y escrupuloso examen, dictaminó que, sin la más mínima duda, por garantizarlo así su estructura y técnica de fabricación, no usados en Occidente, el tejido es oriental, de manera más concreta, de procedencia arábiga». En cuanto a la posibilidad de someterlo a la prueba del Carbono 14, tras las pertinentes consultas a especialistas como el profesor holandés Florchssius, esta fue descartada por el cabildo catedralicio, al conocer que una parte de la tela debería ser reducida a cenizas obligatoriamente, no garantizando en ningún caso que el resultado fuese satisfactorio. Por último, en su excelente trabajo, Muñoz de San Pedro confirma la enorme devoción de la que gozó la reliquia entre los siglos XVI y XVIII, siendo sacada en rogativa por la peste de 1581, por malos temporales en 1675 o por el triunfo de las armas de Felipe V sobre las del Archiduque Carlos de Austria en 1705. Y, asimismo, el conde de Canilleros refiere la mencionada supresión de su adoración pública en abril de 1791, hecho que obligó a que el objeto tuviese que ser venerado «a través de la reja de la Capilla del Relicario, dentro de su arqueta de plata y en la hornacina del retablo». De este modo, el Siglo de las Luces supuso el fin del culto público de este importante vestigio, no volviendo a asomar hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando Coria organizó una magna peregrinación en mayo de 1961.
Un hecho casual
Tras el citado episodio, no es hasta los albores del siglo XXI, y merced a un hecho casual, cuando el mantel de la Última Cena cobra un renovado protagonismo. Esto se debe a la investigación llevada a cabo por el profesor John Jackson, director del Turin Shroud Centerde Colorado, y uno de los treinta expertos escogidos por el Vaticano para estudiar la Sábana Santa en 1978. El por qué Jackson llega a tener noticias de la tela extremeña ya es, de por sí, una historia curiosísima: «Estábamos visitando a un amigo arzobispo en EEUU, y en el transcurso de una conversación distendida mencionó la existencia de un mantel relacionado con la Última Cena de Cristo que se encontraba en España. Mi mujer, Rebbeca, y yo quisimos saber más sobre el lienzo y si existiría la posibilidad de estudiarlo. Tras algunos contactos y pruebas que solicitamos que realizara el obispado, nos trasladamos en 2006 por primera vez hasta Extremadura». Llegados a este punto, hemos de decir que el profesor Jackson fue quien descubrió que la figura visible en la Sábana Santa de Turín es una imagen tridimensional; o lo que es lo mismo, su impronta sobre la tela es proporcional a la proximidad del tejido con el cuerpo que contuvo.
En manos de la NASA
Cinco años después, un equipo de científicos de la NASA despliega bajo las bóvedas de la catedral de Coria un arsenal de lamparas de rayos ultravioleta, infrarrojos y aparatos de barrido, tras sellar uno a uno los ventanales. Aunque es noche cerrada, cubren con paños cualquier rendija, de modo que ningún rayo de luz procedente de la calle interfiera en las pruebas. Mientras, un miembro de la agencia espacial norteamericana destiende cuidadosamente el tejido bajo el instrumental transportado ex profeso desde Denver. El resultado de las pruebas es asombroso. Las dimensiones del mantel de Coria son casi idénticas al lienzo que se conserva en Turín, lo que para Rebbeca Jackson supone la confirmación de que, «la Sábana Santa y el mantel extremeño fueron usados conjuntamente en la Última Cena». Esto podría deberse a que los judíos solían utilizar dos manteles de manera ritual en las grandes solemnidades, especialmente durante la Pascua. De este modo recordaban la travesía por el desierto tras abandonar Egipto. Así, aseguran los norteamericanos, «se colocaba un primer mantel sobre el que se depositaban los alimentos y una segunda tela sobre ellos para evitar que cayera arena o que fueran contaminados por insectos».
Índigo natural
Dicha tesis es respaldada por Ignacio Dols, arquitecto delegado en Extremadura de la Sociedad Española de Sindonología: «la intuición de Jackson puede tener sentido por la precipitación para enterrar a Cristo. Murió en torno a las tres de la tarde de un viernes y debía ser enterrado antes de, aproximadamente, las seis del mismo día, momento en el que comenzaba el sabbath (día festivo para los judíos en el que no se podía realizar ninguna labor física). En apenas tres horas, José de Arimatea tuvo que reclamar el cuerpo a Pilato, obtener permiso para enterrarlo, trasladarle hasta un sepulcro, hacer los preparativos, amortajarlo y sellar la tumba. Lo razonable es que utilizara los elementos que tuviera a mano, yun mantel de esas características era perfecto para envolver un cuerpo». Asimismo, el hilo que conforma la trama de la tela posee el mismo tipo de torsión de la Sábana Santa; esto es en forma de «z». Por último, técnicos del CSIC analizaron la tintura azul que decora las bandas del mantel, determinando que se trata de ‘índigo natural’, colorante de uso común en la antigüedad, introducido en Europa en el siglo dieciséis —200 años después del hallazgo de la tela en Coria—. En este sentido, el mantel extremeño podría ser el mismo que Leonardo da Vinci inmortalizó en «La última cena», ya que ambos están decorados con bandas azules —en el caso del fresco, estas líneas pueden contemplarse en los extremos—.