«La Peste» regresa a Movistar con nuevos fichajes, guion trepidante y una producción digna de las mejores transmedia. Bajo el subtítulo «La mano de la Garduña», Teresa, Valerio y Mateo, protagonistas de la primera temporada, tendrán que enfrentarse a una nueva amenaza en forma de organización criminal
«Es la garduña (llamada así vulgarmente) un animal que, según escriben los naturales, es su inclinación hacer daño hurtando, y esto siempre es de noche; es poco mayor que hurón, ligero y astuto; sus hurtos son de gallinas; donde anda no hay gallinero seguro, tapia alta ni puerta cerrada, porque por cualquier resquicio halla por donde entrar». Esta definición inserta en el libro La garduña de Sevilla y Anzuelo de las bolsas, del escritor vallisoletano Alonso de Castillo Solórzano, bien nos podría servir para introducir la segunda temporada de La Peste, serie creada por Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, cuya nueva tanda de capítulos acaba de estrenarse en Movistar. Y es que si en la primera entrega asistíamos a la terrible epidemia que asoló la Sevilla de 1597, en esta los protagonistas tendrán que enfrentarse a una nueva amenaza; un monstruo de muchas cabezas que se oculta en los rincones más oscuros de la ciudad, y que comparte nombre con el mencionado roedor. ¿Y qué fue exactamente La Garduña, motivo central de esta producción rodada en Andalucía, que supone uno de los platos fuertes del otoño televisivo? La tradición nos dice que se trataba de una sociedad secreta criminal que, nacida en Toledo en 1412 y expandida posteriormente a Sevilla, operó en España y sus colonias hasta el siglo XIX. O lo que es lo mismo, una suerte de hampa que, según algunos historiadores, supondría el germen de la Camorra napolitana y otras organizaciones criminales posteriores. En el caso de nuestra ciudad, se piensa que La Garduña estuvo relacionada con el poder, desde la Santa Inquisición a la mismísima Corona, merced a la condición de puerto de América. Mientras algunos estudiosos aún niegan su existencia, otros tratan de definir incluso su estructura, asimilándola a una cofradía religiosa en la que no faltarían el hermano mayor y los capataces, quienes encabezarían una red de malhechores dedicados a la extorsión, el contrabando y la trata de blancas.
Normas al margen de las normas
Con estos mimbres no resulta complicado imaginar por donde van los tiros en la serie producida por Movistar. Ambientada cinco años después de los acontecimientos narrados en la primera temporada, la protagonista principal vuelve a ser la ciudad de Sevilla, que, tras dejar atrás la epidemia, conserva el monopolio del comercio con las Indias e incrementa su prosperidad día tras día. Un arma de doble filo para los gobernantes, que engrosa las arcas públicas, pero también incrementa la población, con los problemas que ello supone. De este modo, con la irritación social como caldo de cultivo, La Garduña toma el control, estableciendo unas normas al margen de las normas, y un comercio subterráneo que, beneficiando a unos pocos, convierte en desdichados a muchos. En este crispado ambiente, Valerio, interpretado por el joven actor Sergio Castellanos, es amenazado de muerte, lo que impulsa a Teresa (Patricia López Arnaiz) a enviar una misiva al Nuevo Mundo. Allí reside Mateo (Pablo Molinero), quien al saber del peligro que corre su ahijado, no duda en regresar a España. Mientras, el Cabildo de la ciudad cuenta con un nuevo asistente recién llegado de Flandes, Pontecorvo —a quien pone rostro el actor Federico Aguado—. Una suerte de Eliot Ness barroco, que, curiosamente, se basa en un alcalde real, Francisco Arias de Bobadilla, conde de Puñonrostro. Su objetivo no es otro que poner patas arriba la urbe y erradicar la corrupción, aunque no lo tendrá fácil. Una vez en Sevilla, Mateo se suma a la misión, contando con la colaboración de un proxeneta del Arenal llamado Baeza, cuyo rol es encarnado por Jesús Carroza.
Un «cast» de lujo
Dicho esto, no queda sino argumentar por qué pensamos que esta entrega supera a la primera en fondo y forma. Para empezar, en el capítulo de fichajes, además de los mencionados, hay que destacar la incorporación de Luis Callejo, a quien el personaje de Conrado —pieza clave de La Garduña— sienta como un guante. A su lado, Estefanía de los Santos sobresale en el papel de María de la O, captando la atención del espectador cada vez que la encuentra la cámara. Ambos representan, junto a unos sobresalientes Jesús Carroza, Federico Aguado y Julián Villagrán, el gran acierto del casting; al menos en lo que a papeles principales se refiere. Estos se unen a los mencionados Castellanos y Molinero, y una Patricia López Arnaiz que, si ya nos gustó el pasado año, en esta ocasión nos deslumbra con su talento. Suya es la parte más lírica y delicada del relato, pues su Teresa desvela la parte humana de la nobleza frente a la sana ambición representada por Juana —una elegante Melina Matthews—, así como la cruda encarnada por los caballeros Veinticuatro. Idea que se extrapola a los bajos fondos en el personaje de Escalante —prostituta encarnada por la joven actriz Claudia Salas—, y que continúa con los colaboradores de la Pinelo. Pero, al igual que ocurriese con la primera temporada, si por algo nos gusta La Peste es por el excelente trabajo de sus secundarios, comenzando por Juanma Lara en el papel de Ruz, y continuando con Cecilia Gómez, dando vida a Eugenia, o Manuel Morón como un convicente Arquímedes. Elenco al que se suman jóvenes actores sevillanos como Candela Cruz —su Catalina cautiva y conmueve en cada secuencia— y José María del Castillo, cuya participación en la serie le hace completar un año redondo, tras dejarse ver en Mientras dure la guerra y La trinchera infinita.
Guion libre de artificios
Capítulo aparte merece el virtuoso trabajo de producción, donde la dirección de arte de Pepe Domínguez luce de una manera especial gracias a la fotografía de Pau Esteve. Ambos trabajos, que ya llamaron la atención en la primera temporada, vienen a confirmar el gran estado de forma que atraviesa la ficción nacional, cuyas producciones juegan en la división de honor por méritos propios. Solventados los problemas de oscuridad y sonido, que tanta polémica generaron el año pasado, La mano de la Garduña se revela como el segundo plato de un menú gourmet cocinado a fuego lento y con ingredientes de calidad. Una vianda de lujo, servida en rica bandeja, que consigue transformar a su predecesora en mero entrante, y que debe degustarse en pequeñas dosis, por apreciar su sabor. Sobresaliente en las formas, el fondo también se perfecciona en esta nueva ración, pues Cobos nos brinda un guion rotundo y libre de artificios, donde el esoterismo del primer round muta en acción y denuncia —es inevitable establecer paralelismos con la política actual—, y en el que menos es más en cada línea de diálogo. Esto lo agradece el espectador, para quien la historia es mucho más asimilable y sencilla de digerir; pero también los actores, a quienes se les permite respirar y sentir, brillando en las pausas y gustándose en los ecos. Por último hemos de destacar el buen desempeño de David Ulloa en la dirección —Alberto Rodríguez únicamente se hizo cargo de los dos primeros episodios—, siendo suya la responsabilidad de que el nudo nos atrape con convicción, que la tensión vaya in crescendo a medida que avanza la trama, o que el desenlace sea tan trepidante como el mejor cine de Hollywood. Solo hay que ponerle un pero a esta segunda temporada que, sin duda, eleva a sus autores al olimpo de la industria. Esto es que no veamos más de cerca los iconos monumentales de la ciudad en que se ambienta. Un guiño para el sevillano de a pie, y un lujo para el espectador de fuera, que esperamos disfrutar en próximas entregas.