Cinco años después de su última función, la Hermandad de la Vera-Cruz de Alcalá del Río retoma ‘Pasión y Triunfo’, un recorrido emocional por la última semana de Jesús donde participan más de doscientas personas

Decía el poeta y dramaturgo Friedrich Hebbel que «los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo». Esta afirmación del creador germano puede constatarse en cada representación de ‘Pasión y Triunfo’, el espectáculo con el que la Hermandad de la Vera-Cruz de Alcalá del Río nos traslada, cinco años después de su última función, a los días en que Jesús de Nazaret vivió, murió y resucitó al tercer día, según las Escrituras.

Precisamente partiendo de los escritos de Marcos, Mateo, Lucas y Juan, Francisco José Tirado, Marina Blanca, Angustias Mª Borrego y Angustias de la Cruz Velázquez han construido un texto con sabor a Evangelio pero al mismo tiempo contemporáneo donde el fin radica precisamente en hacer brillar la mirada de los intérpretes, y por extensión de todos los espectadores. Y es que ‘Pasión y Triunfo’, más allá de su compleja producción, de sus múltiples cambios de escenario y de su legión de actores, técnicos, tramoyistas o personal de acceso, es un vehículo emocional que permite conectar con el hombre más influyente de todos los tiempos en un espacio único e irrepetible.

¿Y qué cuenta ‘Pasión y Triunfo’ que no conozcamos ya? Para comenzar, el relato arranca de manera original después de la muerte de Jesús, con su Madre conversando con Juan en una escena cuasi apócrifa que rezuma sensibilidad. Es a través de María, pulcramente interpretada por María Luisa Domínguez, por quien sabemos no solo de la existencia del Hijo de Dios sino de sus primeros días en la Tierra. De este modo, y a través de su lírico discurso, viajamos a la Natividad de la mano de Miranda A. Martín y Rubén Fernández —dos jóvenes María y José—, presenciamos la presentación del Niño Jesús en el Templo —solemne el Simeón de Manuel Ramón López Bernal— y absorbemos su Palabra en los prolegómenos de la Entrada en Jerusalén.

Un amplio catálogo de registros

A partir de aquí, el montaje crucero cobra un brío especial con la participación de su nutrido elenco, quienes construyen escenas icónicas como la Expulsión de los Mercaderes del Templo, la reunión urgente del Sanedrín o la Última Cena de Jesús con sus Apóstoles. En todas ellas, el denominador común es la devoción con la que los intérpretes asumen sus roles, confirmando que ‘Pasión y Triunfo’ es más que una obra de teatro.

Es a partir de la Oración en el Huerto, cuando el Olivo y la Roca se hacen presentes como símbolos de la Agonía, donde Antonio Chamorro comienza a desplegar su amplio catálogo de registros encarnando al Salvador. Si antes lo habíamos visto exhibir un tono mesurado en su predicación, pero también airado en la afrenta en la Casa de Dios, es ahora cuando sus ojos exponen eso que afirmaba Hebbel. En esa línea de conflicto, los tres discípulos predilectos también revelan sus cartas, con un rotundo Francisco José Tirado en el papel de Pedro cuya palabra va a la par que su físico, y unos acertados Daniel M. Domínguez y José Manuel Calado interpretando a los apóstoles Juan y Santiago el Mayor.

Con el Prendimiento, ‘Pasión y Triunfo’ confirma lo ambicioso de la producción ilipense, habida cuenta del detallismo en el vestuario liderado por Amparo I. Velasco y María José Alfaro, la dirección de atrezo de Francisco Javier Castro y Miguel Ángel del Valle, y el maquillaje de Amparo Angustias Jiménez y María Isabel Medina. Pocas representaciones de la Pasión prestan la debida atención al atuendo de la guardía judía, al calzado de los apóstoles o al talit de los sacerdotes.

Detalles que marcan la diferencia

Una vez prendido, Jesús, y todos los presentes, asistimos a una sucesión de escenas ya conocidas pero no menos interesantes, comenzando por el interrogatorio en la Casa de Caifás, una estampa en la que, además de las interpretaciones del Sanedrín —estupendos Juan José Herrera, Isaac Bernal, Juan José González, Iván Ortega, Miguel Freire, Ramón Gómez y José Antonio Álvarez— destaca una escenografía que no duda en incluir la menorá e incluso el atril donde toma notas el escriba; detalles que marcan la diferencia. Lo mismo que en el palacio del prefecto, donde un sólido Pilato (Juan José Martín) se nos presenta dialogando con su bella y piadosa esposa Claudia Prócula (Paula Lozano), mientras son custodiados por soldados romanos.  Aunque es en la escena de Herodes —histriónicamente interpretado por José Antonio Mera—, donde el conjunto ofrece su mayor plasticidad. No solo por la acumulación de elementos escenográficos sino por su gran innovación —el detalle de la rosa se lleva la palma—.

Una vez juzgado y condenado por el pueblo que antes lo aclamó —el Barrabás de José Enrique Mazuecos sorprende por su aspecto—, Jesús se adentra en los momentos más duros de su Pasión, comenzando por la Flagelación y continuando con el tránsito por la calle de la Amargura, la Crucifixión y el Descendimiento. Todas estas escenas, de un enorme impacto visual, están exquisitamente dirigidas por Mauricio Moreno, Magdalena Ramírez y resto del equipo (desde Rocío Zamora a María Velázquez), logrando elevar el nivel del espectáculo hasta límites profesionales.

Altas dosis de emotividad

En un excelente ejercicio de sufrimiento y contención, Antonio Chamorro demuestra por qué es la mejor elección para Jesús de Nazaret; no en vano su físico, perfectamente ajustado al personaje, compite con su mirada en los instantes finales de la cruz. Rara vez un actor conmueve con esa fuerza en un escenario. Gran parte de culpa la tiene el cuidado trabajo de caracterización de Manuel Ortiz, María de la Luz Moreno y Angustias María Velázquez. A los pies de Cristo, la Virgen María, Juan y una maravillosa Beatriz Domínguez en el papel de María Magdalena componen un Calvario con altas dosis de emotividad.

A este ejercicio sensorial le deben mucho las notas de la Coral Polifónica de la Hermandad de la Vera-Cruz, magistralmente dirigida por José Antonio Domínguez Jiménez, que junto a las voces blancas dibujan una atmósfera que alcanza su cénit en la Vigilia Pascual. Y es que resulta difícil hallar un preámbulo más bello para la Resurrección que el de ‘Pasión y Triunfo’, no tanto por lo que significa sino por lo que expresa. Hábil y preciosa es la escena donde María Cleofás, María Salomé, Susana, Marta y Juana preparan el áloe y resto de ungüentos para ungir el cuerpo del Señor —de entre todas ellas sobresale por méritos propios Azahara Franco como la mujer de Cusa—; como también lo son las reacciones de los apóstoles al conocer la noticia por boca de Pedro o la aparición del Ángel en el Sepulcro. Secuencia que concluye con la radiante aparición de Jesús y su discurso final.

Por todo ello, ‘Pasión y Triunfo’, más que una representación de la última semana de Jesús, perfectamente aderezada con otros instantes de su vida, es un recorrido emocional por la Judea del siglo I, donde la palabra «hermandad» cobra más sentido que nunca, pues solo la unión de más de doscientos cuerpos y almas adorando a la Verdadera Cruz pueden obrar este Evangelio según Ilipa.