Elevado sobre el altar, con los brazos extendidos como un puente entre el dolor humano y la misericordia divina. Revelando una paz que no es ausencia de sufrimiento, sino aceptación profunda. Así es el Cristo que preside la capilla de las Hijas de la Caridad de Santa Ana. Así es el Dios de Don Juan Tenorio.
Montar el drama religioso-fantástico en dos partes en tiempos de internet no es tarea sencilla. Máxime cuando se busca representar el texto zorrillesco casi íntegro, y ante un público que mayoritariamente lo conoce e incluso lo recita por lo bajo. La compañía TomaTeatro, surgida al calor del colegio Santa Ana hace un puñado de años, no solo afronta el reto, sino que lo lleva a su máxima expresión.
Veinticuatro actores en liza, un buen número de tramoyistas y el apoyo de la comunidad educativa hacen posible un espectáculo con una duración superior a las dos horas, digno de ver y disfrutar. El espacio elegido es el patio colegial, émulo del claustro de las calatravas que se menciona en el texto. El ambiente, familiar y cercano.
En cuanto al elenco, baste decir que conjuga la juventud con la experiencia, el conocimiento con el aprendizaje, dando como resultado un montaje fresco, dinámico y en ocasiones brillante. Se nota que la compañía tiene recorrido y que su director, Gustavo García, conoce bien el paño. No en vano, aprendió a declamar los versos a pocos metros de allí, junto al inolvidable Padre Isaac, emblema de los Padres Blancos.
Tras una primera parte colorida, en la que los actores muestran músculo y compromiso en todas las escenas —la apuesta es grandilocuente, y las escenas del convento y de la quinta rebosan sensibilidad y romanticismo—, es en la segunda parte donde el montaje revela la intencionalidad del mensaje. Y es que al lucir como panteón, el patio de las Hijas de la Caridad de Santa Ana se convierte en espacio sacramental, digno de una representación del Siglo de Oro.
Tumbas, estatuas y un ambiente sobrenatural explican la permanencia de la obra ante un público entregado en el que no faltan miembros de la Generación Z. Profesores, alumnos y vecinos de Los Remedios vuelcan su talento en los versos, sobresaliendo un Juan Jesús García cuyo don Juan es el epítome del mito sevillano: seductor, persuasivo y con una mirada que conquista a la grada (sus mejores virtudes son su elegancia y su dicción perfecta). Junto a él, la doña Inés de Victoria López de Uralde rezuma inocencia pero también carácter.
Ambos forman una pareja armónica, como el resto del reparto, músicos de una orquesta repleta de buenos intérpretes: desde Alberto Bobo como don Luis Mejía a Sandra Alcántara como doña Ana de Pantoja; si bien cabe destacar a Pedro Talavera, cuyo capitán Centellas/Leporello es una de las revelaciones de la obra.
Nada sobra y todo suma en esta versión del clásico de Zorrilla cuyo espacio es un personaje más, un aliciente añadido. Y es que actuar en la casa de Dios siempre trae beneficios.
Fotografías: @arodriguez.iccp @chemasalas


