¿Sabía que a Santa Elena se la considera la primera arqueóloga de la historia? ¿Por qué peregrinó a Tierra Santa? ¿Cómo halló el lugar donde se encontraba la cruz en la que fue crucificado Jesús de Nazaret?
Flavia Julia Helena, también conocida como Santa Elena, nació en Drépano, al noroeste de Anatolia (actual Turquía), en torno al 250. Fruto de su matrimonio con el tetrarca Constancio Cloro, nació Constantino, quien en 306 se convertiría en emperador de Roma. Dada su piedad, es considerada santa por ortodoxos y católicos, y también se la denomina la «primera arqueóloga de la historia». Esto es debido a que, tras el Concilio de Nicea del año 325, Elena viajó a Tierra Santa, según el relato de Eusebio de Cesarea. Su objetivo era descubrir los Santos Lugares de Jerusalén así como edificar una Iglesia del Santo Sepulcro por orden de su hijo. Una vez allí, y debidamente informada por las gentes del lugar, Elena manda excavar en un lugar que había estado dedicado a la diosa Venus.
Guiada por una señal divina, según Gelasio de Cesarea (siglo IV), consigue dar con la cruz de Cristo bajo los restos de la estatua. Un hallazgo que, en la versión de Jacopo de Varazze (autor de «La Leyenda Dorada», del siglo XIII), se reviste de un mayor tinte sobrenatural. Y es que a partir de ese momento entra en juego un judío llamado Judas, quien tras revelar el paradero de la cruz bajo tortura, dio con su rastro en el fondo de una vieja cisterna, gracias a un temblor del suelo acompañado de un olor a perfume.
Una vez halladas tres cruces (las de Jesús y los ladrones Dimas y Gestas), Elena hizo parar un cortejo fúnebre para averiguar cuál de las tres era la de Cristo. Según la leyenda, al acercarle a la fallecida la Vera Cruz, esta resucitó. El milagro hizo que todos los judíos presentes se convirtieran al instante, incluido Judas, quien tras bautizarse pasó a llamarse Ciríaco y se dedicó a predicar. Con el tiempo, se convertiría en obispo de Jerusalén, siendo canonizado por la Iglesia tras su martirio y muerte.
Otras fuentes históricas citan al famoso ‘Titulus’ o letrero mandado colocar por Pilato sobre la cabeza de Jesús de Nazaret con el lema «Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum» (iba en latín, griego y arameo), como el verdadero motivo de la identificación de Elena. Asimismo el hallazgo de los clavos pudiera reforzar este dilema, ya que según lo narrado Juan en su Evangelio, sólo Cristo fue clavado al madero.
Tras su retorno a Roma, Santa Elena divide la cruz en dos trozos, que a su vez son fragmentados en muchos años después. Uno de ellos permanece en la capital italiana y el otro marcha a Bizancio, hasta la invasión persa. A partir de aquí las reliquias inician una gira interminable hasta recalar en Santo Toribio de Liébana (Cantabria) en el siglo VIII.
Desde entonces, el mayor trozo del «Lignum Crucis» o «Árbol de la Cruz» es centro de peregrinación en el norte de España, siendo custodiado por la orden franciscana. Las medidas son de 635 mm el palo vertical y 393 mm el travesaño, con un grosor de 40 mm. Esto la convierte en la reliquia más grande conservada de la cruz de Cristo, por delante de la que se custodia en el Vaticano. Un análisis científico determinó que fue realizada con madera de ciprés oriental de hoja perenne, especie presente en Palestina, hace más de 2000 años.