Tras levantar al público con «Cinco horas con Mario», Pentación vuelve a rescatar un texto de Miguel Delibes con José Sacristán como único protagonista. «Señora de rojo sobre fondo gris» se podrá disfrutar hasta el domingo 19 en el Teatro Lope de Vega
«Una mujer, dijo, que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir. Un juicio definitivo. Con frecuencia me pregunto de dónde sacaba ella ese tacto para la convivencia, sus originales criterios sobre las cosas, su delicado gusto, su sensibilidad. Sus antepasados eran gente sencilla, inmigrantes del campo, con poca imaginación. ¿De quién aprendió entonces que una rosa en un florero puede ser más hermosa que un ramo de rosas o que la belleza podía esconderse en un viejo reloj de pared destripado y lleno de libros?». Este fragmento de la novela Señora de rojo sobre fondo gris, publicada por Miguel Delibes a inicios de los noventa, resume a la perfección el espíritu del último proyecto teatral que acaba de aterrizar en Sevilla. Un texto complejo en sus formas y difícil de delimitar, cuyos elementos se mueven entre la confesión, las memorias, la subjetividad de los discursos o la autobiografía. Su intrahistoria hay que buscarla en un hecho concreto de la vida del escritor vallisoletano, la muerte por enfermedad de su esposa, Ángeles Castro, en noviembre de 1974, a los 48 años. Como consecuencia de este prematuro deceso, Delibes dejó de escribir durante mucho tiempo, algo que entra en relación directa con el personaje principal de su novela, Nicolás, quien abandona su profesión, la pintura, ante la falta de inspiración. Por confesión propia, al preguntarse a sí mismo públicamente, años después, por la causa final de la escritura y del arte, el autor de Los santos inocentes llegó a la conclusión de que sólo cabía una respuesta individual en cada ‘artista’: para él, su propia esposa.
Una declaración pública de amor
Como bien apunta el profesor González Alcázar, «la trama de Señora de rojo sobre fondo gris puede resumirse con desnuda sencillez. El narrador es un pintor que cuenta a su hija —una de varios— el proceso de la enfermedad y muerte de la madre. La hija desconocía muchos de los detalles al estar en prisión por motivos políticos durante los amenes del franquismo, causa por la cual, para no acrecentar sus preocupaciones, le fue retardada la noticia hasta que los signos evidentes del tumor cerebral que padecía la madre no pudieron ocultarse durante más tiempo». Como curiosidad hemos de subrayar que el título de la obra procede del retrato que Eduardo García Benito realizase de Ángeles Castro, y que decoraba una de las estancias del hogar familiar. Esto no hace sino confirmar que la obra habría surgido de un meditado proceso a manera de homenaje, recuerdo y declaración pública de amor del autor por su esposa. No en vano, sus ciento cuarenta y tantas páginas no son únicamente una dolorosa recapitulación de los últimos meses de Ana —el perfecto alter ego de Ángeles—, sino que a su vez el narrador desgrana pasajes específicos de sus treinta años de vida juntos, anécdotas del noviazgo, así como una detallada descripción de la figura femenina. Junto a esta trama principal conviven en diferentes escalas y grados de manipulación literaria otros elementos extraídos de la realidad igualmente interesantes: desde las enfermedades de Franco y las encarcelaciones por la oposición al famoso ‘proceso 1001’ a la proyección pública del escritor. Un material que conecta la obra con otro gran título de Miguel Delibes también llevado a las tablas, Cinco horas con Mario.
Natural, como su propio discurso
Dicho esto, no podemos sino aplaudir la audacia de José Sacristán y Pentación a la hora de recuperar Señora de rojo sobre fondo gris para los escenarios; sin duda uno de los textos más hermosos de la literatura española de finales del siglo XX. Para ello, el actor madrileño —quien mantuviese una gran amistad con Miguel Delibes— se ha puesto en manos del productor José Sámano para alumbrar un monólogo intimista, puro y despojado de todo artificio, en el que la palabra se erige como absoluta protagonista. Y es que para Sacristán, dentro de ese texto se halla «la propia condición del ser humano, ya que el amor, la vida y la muerte están ahí». Y tanta ha sido la implicación del maestro de Chinchón, que incluso ha formado parte del triunvirato encargado de adaptar el texto —junto a él han participado el propio Sámano e Inés Camiña—. A esa intencionalidad clara de reflejar las emociones más profundas contribuye sin duda la escenografía de Arturo Marín; un sencillo taller de pintura que recuerda la actividad profesional del personaje y que evoca, a su vez, el mencionado lienzo que da título al montaje. Sobre él, la verdad del drama de Delibes fluye de manera admirable en los labios del actor, quien confirma una vez más por qué es uno de los grandes de la escena de este país. Y es que el Nicolás de Sacristán es natural, como su propio discurso, y a la vez profundo. Sutil, como la buena literatura, y al mismo tiempo notabilísimo. Grave y orgulloso por momentos, pero también frágil, melancólico y trágicamente humano. En suma, un retrato extraordinario de un personaje inefable, que nos anima a releer la obra de Delibes y rendirnos ante su genial intérprete.