La compañía Mundobobo, especializada en humor absurdo, presenta «Extra de choco», una crítica mordaz y divertidísima sobre la obsesión por el culto al cuerpo y la moda de los gimnasios. Hasta el 3 de febrero en el Teatro La Fundición de Sevilla

Néstor Barea y Gina Escánez interpretan a Rodolfo y Talía, un matrimonio muy peculiar. / Fotografía de María Araujo

Hace unos años, durante la gira de su espectáculo Garrick, Joan Gràcia, componente de Tricicle, se lamentaba ante los medios en los siguientes términos: «Todo el mundo dice que es más difícil hacer reír que llorar, pero nadie lo valora. Los Marx eran actores de vodevil, maravillosos, pero no fueron reconocidos hasta que no se murieron. Y todos los grandes genios que levantaron el cine, que eran grandes cómicos, en aquel momento quedaron como cómicos, sin ningún tipo de importancia. En cambio, un director de teatro pilla un Shakespeare y lo monta, y es un gran intelectual». Declaración con la que no puedo estar más de acuerdo y que sirve para introducir mi crónica sobre el estreno de Extra de choco, primer espectáculo de la compañía Mundobobo, que tuve ocasión de presenciar el pasado 1 de febrero en el Teatro La Fundición de Sevilla. Para empezar, he de confesar que desconocía los antecedentes de la misma, así como el bagaje de su director, Nacho Gómez, lo cual me ha permitido disfrutar de la propuesta con la imparcialidad de un niño —algo muy de agradecer en los tiempos que corren—. Y digo bien, ‘como un niño’, porque hacía años que no experimentaba la sensación de encontrarme ante un «juguete» en la sala de un teatro. Un artefacto inocente, de colores, sonidos y luces brillantes, tacto agradable y funcionamiento sencillo, con el que tres intérpretes de largo recorrido regresan a la infancia y, de paso, nos impulsan a hacer lo mismo a nosotros, los espectadores. Una suerte de «tentetieso» que nos permite viajar a las entrañas de nuestro pasado y dejar volar la imaginación sin ningún tipo de cortapisas. Así, este que les escribe, volvió a recordar, por ejemplo, las mañanas de los sábados, cuando Televisión Española emitía La Bola de Cristal —vaya desde aquí mi homenaje a la recientemente fallecida Lolo Rico—, a reír con el humor entrañable y surrealista de Pedro Reyes, a ponerme en forma con Eva Nasarre, a vibrar con Rocky golpeando a Apollo o a gozar con los gags de Martes y Trece. Es decir, Extra de choco, amén de funcionar como producto independiente y rico, tanto en la forma como en el fondo, es una auténtica time machine para los nacidos en los setenta y ochenta, y su lectura nos conduce inevitablemente a activar el factor nostalgia, algo que se saborea con gusto.

 

Humor con mensaje

Las claves de su éxito consisten en partir de una realidad palpable de nuestra sociedad, la obsesión por el culto al cuerpo, desde la que construir y aun recrear un texto ingeniosísimo en la línea de Yllana, Faemino y Cansado o los Monty Python. Libreto que se enriquece una y otra vez merced al trabajo actoral y la siempre productiva improvisación, tanto en los ensayos como en las funciones. No en vano a Nacho Gómez, el faro que alumbra el proyecto, se nota que le tiran los gimnasios, o al menos el ejercicio físico, pues su despliegue de movimientos, fintas y demás recursos atléticos no son fruto del azar. Ese es el primer hallazgo del espectáculo, junto al repertorio de nombres técnicos que utiliza en su faceta de monitor o las caricaturas que construye en torno al Reiki, el Yoga o la Meditación; todas tan irracionales como divertidas. Aportación imprescindible a la que se suma la experiencia de otra enorme actriz, Gina Escánez —caracterizada como Yuri, la cantante de Este amor no se toca—, y la versatilidad y carisma de Néstor Barea —aquí un Stallone de saldo—, en el rol del matrimonio que acude a apuntarse al gimnasio. Si bien, en este caso no es necesario verlos moverse, pues su ramillete de muecas, juegos verbales y concesiones a la grada los elevan hasta el olimpo del humor absurdo, obteniendo frutos desde los primeros compases de la obra, en forma de risas del respetable. Algo que acompañará al trío protagonista e irá in crescendo durante los sesenta minutos que dura la función —mérito no, lo siguiente—, permitiéndoles travesear por el simpático escenario entre cacharrería deportiva de segunda mano y un atrezo tan pueril que recuerda a las chirigotas, con lo bueno que eso conlleva. Pero la historia no acaba aquí, pues además de contagiar a la sala con su energía desbordante, su dominio de la pausa y el ritmo, y su pasión por el clown —por la obra desfilan desde Carlo Colombaioni y Pablo Carbonell a Ben Stiller y Owen Wilson—, estas ‘fieras’ de la escena nos mueven a reflexionar sobre la crisis de la mediana edad, el peligro del publish placement y el inconveniente de los complejos. Cuestiones perfectamente hilvanadas que van deslizando con maestría entre números de factura circense, transiciones delirantes y una pizca de picante, tan ingenua y a la vez tan eficaz, que hace retorcerse al público en sus asientos, y les mueve a rascar más allá de la superficie. Bravo por el humor y larga vida a Mundobobo.