Un año más la Film Symphony Orchestra acudió a su cita con Sevilla logrando abarrotar el inmenso auditorio de FIBES. Proeza al alcance de muy pocos que confirmó la capacidad de su director, Constantino Martínez-Ortz, para divulgar música de cine con talento y entusiasmo

A poco de cumplirse el quinto aniversario de la muerte de Fernando Argenta —el madrileño falleció un 3 de diciembre de 2013—, es necesario dejar constancia de la impagable aportación de este periodista a la cultura musical española, especialmente para las generaciones que tuvimos la suerte de seguirlo en sus programas de radio y televisión durante más de treinta años. Y es que ‘Clásicos Populares’ y ‘El Conciertazo’ hicieron más por nuestros conocimientos melódicos que aquellas clases de flauta dulce que, casi anecdóticamente, recibíamos en el colegio entre las Matemáticas y las Naturales, y que por desgracia siempre se consideraba una asignatura ‘María’ junto a la Educación Física, la Pretecnología o la Religión. De espíritu afable, cercano y profundamente didáctico, Argenta nos enseñó que la música clásica no es algo exclusivo de señores mayores, clases altas o estudiantes de conservatorio, sino Patrimonio de la Humanidad. Con él reímos, disfrutamos y nos emocionamos al escuchar a Haendel, Bizet o Stravinsky, y a través de su discurso comprendimos que cualquier lección puede resultar aburrida o apasionante dependiendo del docente que la imparta. Y es curioso que fuese este icono de TVE quien me hiciese conocer y apreciar la pieza de Leroy Anderson La máquina de escribir, pues da la casualidad —si es que las casualidades existen— de que dicho tema fue estrenado en 1950 por la Boston Pops Orchestra, conjunto liderado por John Williams entre 1980 y 1995, y que le hizo aún más popular si cabe.

Un genio llamado John Williams

Dicho esto, he de reconocer que mi admiración por el compositor neoyorquino es equivalente a mi pasión por el séptimo arte, y que la práctica totalidad de sus bandas sonoras son vehículos de transmisión de sentimientos tan extraordinarios que trascienden pantallas y épocas. En primer lugar por su indiscutible calidad musical, y muy especialmente por su capacidad para transportarnos, con apenas unas notas, a esos escenarios de felicidad que llamamos nostalgia y que residen en un rincón preeminente de nuestro corazón. A nadie escapa que sin los sones de Williams el Tiburón de Steven Spielberg no habría resultado tan fiero en las costas de California; o que sin aquellas marchas electrizantes, Harrison Ford hubiese brillado tanto en su papel del arqueólogo Indiana Jones. No en vano, el veterano compositor contribuyó en gran medida a que los dinosaurios de Michael Crichton —alumbrados originariamente en papel y posteriormente convertidos en imágenes gracias a la magia de Hollywood— resultasen verosímiles y aterradores, tanto como las islas que los acogían; o que un madurito Robin Williams pudiese surcar con alegría los cielos de Nunca Jamás tras décadas sin encarnar a Peter Pan. Ese es su don natural y nuestra la suerte de disfrutarlo.

El sello de la FSO

¿Y qué pasaría si juntásemos la pasión por la música cinematográfica de Williams y el deseo de enseñar entreteniendo del fallecido Fernando Argenta? Pues que tendríamos a un señor llamado Constantino Martínez-Orts, alma de la Film Symphony Orchestra y punta de lanza del soundtrack en España. Un personaje que todo enamorado de las BSO debería conocer, y cuyo entusiasmo, lejos de decaer con el paso de los años, aumenta en proporciones ingentes. Y es que el maestro valenciano, compositor, director de orquesta y divulgador musical, transmite tal fuerza en los escenarios que consigue zarandear al espectador de la última fila, ese que bosteza de vez en cuando por la acusada lejanía y que debe afinar su oído al hallarse en un paradójico ‘Paraíso’. Tal es su carisma y su capacidad para conectar con todo tipo de públicos, que los responsables de los medios de comunicación deberían plantearse su fichaje. De hecho, más allá de situarse al frente de sus músicos e introducir los temas de las más de quince películas que integran este estupendo homenaje a John Williams, Martínez-Orts relata anécdotas, desliza opiniones personales y hasta define términos complejos como «scherzo» o «suspense» con un gracejo y facilidad apabullantes. Él es el sello que distingue a la FSO al margen de su calidad como conjunto, así como el motor que la mantiene viva y fuerte. Quizás por eso el público que abarrotó el auditorio sevillano de FIBES supo apreciar y reconocer el valor de suites poco conocidas como la de La ladrona de libros o Nacido el 4 de julio; de vibrar con los sones del far west del olvidado film The Cowboys, e incluso cerrar los ojos y viajar a la América profunda y de reminiscencias irlandesas de Un horizonte muy lejano.

De Atlanta 96 a Auschwitz

Selección de temas tan audaz como sorprendente que el valenciano supo combinar acertadamente con hits como Harry Potter y la piedra filosofal, Superman o Star Wars. Aunque fue sin duda la interpretación del tema principal de La lista de Schindler lo que hizo removerse al público en sus butacas. Una pieza magistralmente interpretada por el concertino de treinta y tres años Sean Lucas Mejías, que nos obligó a repasar mentalmente las secuencias en blanco y negro rodadas en Auschwitz y que le valieron el Oscar a Steven Spielberg —eterno compañero de viaje de Williams, como es sabido por todos—. El programa se completó con otras facetas del genio de Nueva York, como su composición para los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 Summon the Heroes, o el encargo que la cadena estadounidense NBC le hiciera para renovar su línea y que dio como resultado The Mission Theme. En suma un repertorio de más de tres horas de duración, tan intenso como equilibrado, que permitió a Martínez-Ortz ejercer su doble faceta de director consagrado y divulgador musical en la que es sin duda un experto.

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