Tras múltiples teorías y especulaciones sobre la ubicación de la Atlántida en el suroeste andaluz, el onubense Fernando Fernández Díaz va un paso más allá con la publicación de «Atlántida encontrada y demostrada». Un trabajo inclasificable que pretende revolucionar no solo nuestra visión del mito platónico, sino toda la historiografía conocida

José Pellicer de Ossau, primero en relacionar la Atlántida con Iberia

Las primeras hipótesis sobre la ubicación de la Atlántida en la Península Ibérica se remontan al siglo XVII y fueron formuladas por José Pellicer de Ossau I Tovar, Cronista Mayor de Castilla y experto en la poesía de Góngora. Dos centurias después, un albaceteño llamado Francisco Fernández y González, entre cuyas facetas destacaban las de escritor, arabista e historiador, indagó con ahínco en el tema, sacando a la luz teorías más o menos plausibles hasta la fecha de su muerte, ocurrida en 1917; momento en que retomaría los estudios su hijo, el filólogo Juan Fernández Amador de los Ríos, y que en 1922 supondrían el punto de partida para la investigación de Adolf Schulten. Y es que para el famoso arqueólogo alemán, descubridor de Numancia, el relato de Platón sobre el continente sumergido «más allá de las Columnas de Hércules» no solo era cierto, sino que podían hallarse vestigios bajo el Parque Nacional de Doñana. De ahí que se dedicase en cuerpo y alma a su búsqueda, invirtiendo prestigio y dinero que, desgraciadamente, servirían de poco. Como testimonio de sus trabajos queda una obra, Tartessos: contribución a la historia más antigua de Occidente, en la que relaciona esta antigua civilización con el mito atlante, y cuyos postulados serían desempolvados varias décadas después por expertos como Marc-Andre Gutscher, Werner Wickboldt, Rainer W. Kühne o Georgeos Díaz-Montexano. Y lo cierto es que su afán volvió a motivar a las nuevas generaciones, pues en 2011 un grupo internacional liderado por el profesor norteamericano Richard Freund, y con el respaldo de la National Geographic Society, dijo haber encontrado indicios de la Atlántida justo donde señaló Schulten, es decir, bajo las marismas de Doñana. De ahí que dedicasen dos años de esfuerzo, incluyendo fotografías de satélite, radares capaces de penetrar la tierra, cartografía digital y tecnología submarina que, sin embargo, volvieron a resultar estériles. ¿Era este el definitivo carpetazo a la historia?

 

Revuelo entre los historiadores

 

Pues lo cierto es que no, pues en 2016, una vez publicados los resultados negativos por el CSIC, los medios de comunicación se hicieron eco de una nueva noticia. Al parecer, a raíz del nacimiento de «Doñana Atlantis Project», proyecto surgido en el seno de una asociación asentada en Hinojos y Chucena, el interés por la Atlántida ‘española’ llegó hasta la mismísima Rusia. Lo cual no hace sino confirmar que, pese a los repetidos fracasos en su búsqueda, las deducciones de Pellicer continúan más vivas que nunca. Y si no que se lo digan a Fernando Fernández Díaz, ingeniero técnico industrial, experto en náutica, economista y comunicador onubense que acaba de publicar un libro que pretende revolucionar no solo nuestra visión del mito platónico, sino toda la historiografía conocida. Nos estamos refiriendo a Atlántida encontrada y demostrada, el primero de dos volúmenes editados por el propio autor que, desde el pasado mes de diciembre, puede adquirirse en Amazon y varias librerías de Huelva. Un trabajo inclasificable de más de cuatrocientas páginas que se complementa con tres cuentas en la red social Facebook, permanentemente actualizadas.

 

 

Un reino marítimo global

 

F. Díaz posa junto a una estela hallada en Cancho Roano (Badajoz).

¿Y cuál es la novedad de este libro, que apenas un mes después de su lanzamiento ya ha provocado un revuelo entre diversos historiadores? Para empezar posee un enfoque ameno y coloquial, completamente alejado de los discursos académicos, que abarcando disciplinas mitológicas, toponímicas, genéticas o criptológicas, pretende ofrecer una «constatación o confirmación» con las que tender puentes a la investigación. Es decir, al contrastar los hechos y las pruebas científicas que expone a lo largo de su obra, F. Díaz persigue demostrar que «a los europeos en general y a los de la Península Ibérica y andaluces en particular, se nos ha ignorado e incluso se ha borrado nuestra historia con mayúsculas, la que dio origen a la civilización occidental tal y como hoy la conocemos». O lo que es lo mismo «la realidad de un reino marítimo global que fue el precursor o la levadura que catalizó el rápido y efervescente despegue cultural de Egipto, Grecia, Roma, y muchas otras civilizaciones de América, África, Asia e Indonesia». Para hacer más atractiva su propuesta, el investigador utiliza recursos narrativos propios de la ficción, tales como el diálogo, poniendo en boca de universitarios muchas de sus afirmaciones. Estas se sustentan en gran medida en los estudios recientes de G. C. Aethelman —Atlántida. El reino del olvido—, Juan Antonio Morales González —Más allá de las Columnas de Hércules—, Manuel Álvarez Martí-Aguilar —Tartessos: la construcción de un mito en la historiografía española— y sobre todo el filólogo y dramaturgo Miguel Romero Esteo, recientemente desaparecido. Un eminente profesor andaluz, postulado para el Nobel de Literatura, que en lo referente a nuestra historia no dudó en afirmar que «el bulto estaba oculto». O sea, que al estudiar el pasado deberíamos mirar el bosque y no el árbol solitario.

 

De Carl Jung a Blas Infante

 

‘Bronce Carriazo’, pieza relacionada con la cultura atlante, según F. Díaz.

Amén de señalar la desaparición de la capital atlante en el 2.500 a.C. a causa de un terrible tsunami —episodio descrito por Platón en sus diálogos Timeo y Critias, pero también mencionado por Estrabón, Plinio el Viejo o Plutarco—, una de las numerosas particularidades del libro de Fernando F. Díaz es la introducción del «inconsciente colectivo», término acuñado por el psiquiatra Carl Jung a inicios del siglo XX. Según este, existiría «un sustrato común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos más allá de la razón». Dicha tesis es explotada por medio de incontables fotografías, entre las que podemos hallar referencias atlantes, como los anillos concéntricos de su capital o el tridente del Rey-Dios del mar Poseidón; pero también tartesias, cuya estrecha relación ya supo ver en 1905 Manuel Gómez-Moreno (arqueólogo e historiador granadino, maestro del «padre de la patria andaluza» Blas Infante). Sirvan como ejemplo estas hermosas e ilustrativas palabras salidas de su pluma: «Quien levanta murallas como las de Tarragona y sepulcros como los de Antequera; quien modela vasos como los de Ciempozuelos o los Millares, forja espadas como las de Argar, traza jeroglíficos en las grutas mariánicas, se arroja al mar comerciando por desconocidos países, dicta leyes en verso y pelea con Viriato por castigar una injusticia, no es pueblo que viva de lo que come, sino digno de hermanarse con el egipcio maravilloso, el caldeo sabio, y el griego».

 

Andaluces por el mundo

 

Otra de las «novedades» del primer volumen de Atlántida encontrada y demostrada es la explicación de por qué los andaluces no somos mulatos pese a nuestra procedencia norteafricana. No olvidemos que la conquista europea de los humanos de piel oscura tuvo lugar hace 40.000 años. Fernández Díaz lo achaca a una mutación ocurrida en el norte del continente hace ocho milenios —estudio encabezado por dos genetistas de la Facultad de Medicina de Harvard— que a su vez posibilitaría el mestizaje en nuestra península, tras un proceso de colonización en supuestos territorios atlantes. Curiosa teoría que, junto a las repoblaciones leonesas, explicaría la presencia actual de rubios y pelirrojos en las provincias más al suroeste. Pero la cosa no acaba aquí, pues el investigador onubense refiere la presencia de antepasados andaluces en el mismo Delta del Nilo, comandando naves durante las batallas del siglo XIII a.C. —época del célebre faraón Ramsés II—, e incluso la conquista y colonización de diversas tierras del Mediterráneo, que explicarían las similitudes entre el euskera —lengua de procedencia atlante y tartesia, según el autor— y el sumerio. Aunque, sin duda, lo más jugoso de la obra es la localización exacta de la capital de la Atlántida, descrita por Platón a partir de los relatos de Solón, en un lugar distinto de los propuestos hasta ahora. Este se ubicaría en la provincia onubense, como apuntara Schulten, pero en lugar de hacerlo bajo el mar se hallaría tierra adentro, nada menos que en la ciudad de Huelva. ¿Y dónde se encontrarían sus restos arqueológicos? Para saber la respuesta tendremos que esperar a la publicación del segundo volumen, prevista para este año.